jueves, 4 de noviembre de 2021

Profunda amistad

 Con una danza irreverente el viento sacudió las ramas marchitas de aquel árbol dormido en un profundo letargo. Secuencia que se repetía una y otra vez siempre con el mismo resultado.

Estorbaba la sabiduría, los sentidos decaen en el más lejano de los sueños. Aquél que parece ajeno. Ese que se muestra sincero por lo absurdo del desconocimiento. Pero el viento no se rendía.

La montaña, cuerpo inmortal que sostenía sobre su piel el cuerpo inerte del árbol, le sugirió al viento que abandonase la idea de despertarlo, nada podía hacer ya. El tiempo lo había abandonado. El viento sopló más fuerte, para no escuchar las palabras hirientes de una verdad incipiente. No iba a desistir, era su amigo.

Al final, el viento cambió de estación, soplando y rugiendo en otros confines. Pero el tiempo pasa y siempre devuelve lo que se ha llevado. El viento regresó en presencia de su amigo el árbol. Apagado y vacío no se atrevió a moverlo, pues temía quebrarlo. Pero encontró los primeros resquicios verdes de una nueva vida a los pies de sus raíces. El viento sopló fuerte de alegría, sabía que su cuerpo no vivía, pero que su amigo estaba allí. Había conseguido reencarnarse. Ya no tendría el mismo cuerpo. Y su apariencia sería distinta, pero el viento no juzgaba, el viento solo veía el alma tan pura y sencilla de su amigo reencarnado. Y eso es la auténtica amistad, la que se alegra por el cambio luchado y conseguido por un profundo amigo.



No hay comentarios:

Publicar un comentario