sábado, 29 de febrero de 2020

Amigos inseparable

Recuerdos con sabor a melancolía han mojado el café de esta mañana.  Aquellas conversaciones tan bonitas dejaron pasar años de vulgaridad.

Éramos dos adolescentes descubriendo nuestro mundo interior. Luces y sombras que nos mostraban la trastienda de nuestra madurez.  A veces daba miedo, a veces energía.

Traficábamos con sentimientos.  Yo guardaba cofres con tus secretos y tú con los míos. Nunca una amistad a vuelto a ser tan pura y sincera.

Pero los años lo contaminan todo.  La inocencia se enturbia y ya solo queda el recuerdo de lo que fue.  Ayer nos vimos pasar y ni un "hola"  nos acompañó.  Me queda la alegría de que fui parte del hombre que hoy eres y tu del que yo soy, porque éramos dos amigos inseparables que finalmente se separaron.

viernes, 28 de febrero de 2020

Escombros

Tú, que me has entregado las llaves de puertas que no sabías que existían.  Tú, que me prometiste felicidad eterna.  Tú, que me hiciste volar... Me abandonas.

No entiendo que fue eso tan malo que viste en mi, eso tan  imperdonable que todo destruyó.

Mira que bonito nos quedó el castillo.  Toda una vida construyendo...  Pero no miramos que por cimientos pusimos aire.

La puerta cerrándose ha sonado a despedida pero tu olor aún sigue aquí.  Esto me hará más fuerte, dicen,  pero ahora mismo me quiero morir.  Debo aprender a vivir sin corazón, el mismo que tú te has llevado. Sé que lo diré por última vez,  te amo.

jueves, 27 de febrero de 2020

Deseo

Una llama empezó a quemarme por dentro.  Esas curvas infernales que dibujaban tu cuerpo, acompañadas de tu mirada declarándome la guerra hicieron que el deseo tomara las riendas de mi cuerpo.

Con el nerviosismo típico del instinto más primario, arranqué tu camiseta y desnudé tu pecho perfecto, notando como una poderosa erección se abría paso entre mis piernas. Los besé y mordí mientras tu respiración se aceleraba. 

Desnudé tu cuerpo y no pude controlar mi pasión.  Me abrí paso entre tus piernas y empecé a explorar tu monte de Venus mientras tus manos acariciaban mi nuca. Mi lengua apuñaló tu clitoris y tu cuerpo no paraba de convulsionar. Me cambiaste el nombre por los primeros insultos.

Te besé con la intensidad del que siente que es el último beso.  Mientras mi miembro se abrió paso en tu cuerpo y empujé con toda el alma.  Una sensación cálida y apretada me envolvió y nuestros gemidos se hicieron uno.  Explosiones de placer arañaban mi espalda provocando que mi cadera quisiera destrozar tu cuerpo. 

Tus labios rozan mi Sexo con el vicio dibujado en tus ojos. Me rindo a tus encantos y mi explosión agarrota mis dedos, destroza mis sentidos y me deja sin fuerzas. Te abrazo y me duermo con la sensación de no necesitar más. 


miércoles, 26 de febrero de 2020

Tu corazón

Un primer susto cuando apenas tenía tres años de edad hizo sonar todas las alarmas.  Apenas recuerdo el dolor agudo en el pecho.  Pero nunca olvidaré la cara descompuesta de mis padres al despertar.

El miedo a jugar, a saltar o a divertirme me acompañaba en mi infancia, marcada por un profundo defecto en el corazón.  Soy como un coche al que se le tiene que cambiar el motor, así me lo ha explicado mi padre. Y cuando eso pase, dejaré de ver a los niños por la ventana para poder ir a jugar con ellos.

La feliz noticia llegó el día que menos lo esperaba. Aquella llamada me generó una mezcla de miedo e ilusión difícil de entender para un niño de mi edad.

Miles de tubos, luces y pitidos me abrazaban en mi camino  al quirófano.  Sin apenas dormir por los nervios, saludaba las miles de caras de alegría e ilusión que habían ido a desearme las mejores de las suertes. Sólo unos ojos ajenos enmarcados en lágrimas de dolor no sonreían.  Pertenecían a un hombre serio que sin pestañear me dijo "haz que merezca la pena"

Mucho dolor y rehabilitación acompañaron los siguientes días a mi operación, pero todo había salido bien y pronto sería un niño más.  Sin poder olvidar la cara del hombre triste,  pregunté y pregunté hasta que logré averiguar que era el padre de la niña dueña del corazón que yo ahora llevaba en el pecho.  Una ola de gratitud infinita inundó mi cuerpo y necesitaba hacer un gesto precioso de generosidad.

Pocos días después de conocer la dirección de aquella familia rota, recibieron por correo un oso de peluche y una carta explicando quien era, que su hija me había salvado la vida y que una parte de ella seguía viva en mi.  Que en ese oso había grabado los latidos del corazón de su hija que ahora latía en mi pecho y que si lo abrazaba con fuerza lo podrían volver a escuchar.

Una profunda y sincera amistad surgió entre nosotros.  No sólo gané un corazón, también gané una familia.

La felicidad

Miraba el mapa sin saber la dirección exacta.  Mi meta era la felicidad y estaba decidido a encontrarla. Varios compañeros de viaje abandonaron por la comodidad de una estabilidad. Pero yo no era así.

Inicié el camino con la mochila vacía, pero poco a poco se fue llenando de cargas, problemas y preocupaciones.  Pero mis espaldas son anchas y mis piernas fuertes.

Llevo años y años andando y siento que me muevo en círculos. Veo  gente que lo han logrado en menos tiempo y yo no consigo avanzar.

Me he encontrado con grandes piedras que han ralentizado mi marcha, con lluvia y frío que han hecho difícil no perderme, con heridas cada vez más profundas que he tenido que aprender a curar.... Pero lo peor ha sido encontrarme con un terrible monstruo.  El pánico se adueña de mi y empiezo a correr y correr huyendo de sus terribles fauces cada vez que aparece. Solo lo he visto dos veces, pero aún tiemblo cuando lo recuerdo.

Cansado y abatido me siento a descansar.  No se si voy a poder continuar. Mi mochila cada vez pesa más y tengo la sensación de que ya he estado allí.  Mis manos tiemblan, las fuerzas me abandonan y no se que más puedo hacer para encontrar la felicidad. Lo he dado todo, me he vaciado.

De pronto el monstruo aparece a mi espalda y mis sentidos se encienden. Me pongo de pie de un salto pero mis rodillas no aguantan mi peso y me desplomo. Se acerca saboreando el inminente bocado, pero no puedo más.  Me pongo de pie lentamente y me ofrezco a él, ya no tengo miedo porque no tengo opción a salvarme.  Solo espero que sea rápido.

Cierro los ojos y.... Nada.  No pasa nada. El monstruo ha desaparecido y ante mi se encuentra la entrada a la felicidad. Entendí que para encontrarla debía superar todas las pruebas que la vida me iba poniendo, y el miedo era la última de ellas.

Ya soy feliz

Mi herida

Sentir que estoy cargado de rencor.  Que me vacío con cada grito al viento para volver a llenarme  con cada silencio. 

Siento terror al no escuchar tu voz.  Deseos que se ahogan inhalando tu aroma y vuelvo a despertar de un sueño eterno.

Silencio en cada caricia que mueve las aspas del molino que da vida a mi corazón.  No me sueltes por favor, no moriré en la caída, moriré en la soledad.

¿Has visto que lejos he llegado? Me he caído y me he levantado y aún así sigo sin aprender la lección. 

Me desangro en cada palabra que escribo. Y tú eres mi herida

Incondicionalmente

A ti, que te mostré cada uno de los rincones del trastero de mi alma, que te entrego mi corazón en un cofre de lágrimas infinitas, que rindo mis defensas a la voluntad de tus deseos... A ti te digo que te amo.

Tiemblo cada vez que otros labios usurpan mi trono.  Cada vez que otros dedos envenenan tu piel, cada vez que tu aliento agitado no envuelve mis oídos con su olor a canela. 

La locura se sincera con mis sentidos y desfigura mi memoria.  Y ahora solo me quiero sentar y llorar.

Pero nada puedo hacer ante la razón de tus palabras y solo me queda esperar que me ames como yo lo hago.  Aguardo obediente a que descubras en mi lo que yo ya vi en ti. 

Sigue escarbando, porque no me vas a acabar con mi vida, porque mi vida eres tú.

martes, 25 de febrero de 2020

No te preocupes por mi

Tumbada en la camilla del hospital te cogía la mano mientras dormías. Tu pecho dibujaba una respiración profunda y un poco acelerada,  no quería imaginar que estuvieses sufriendo.
Aquel fin de semana empezó como cualquier otro.  Habíamos hecho un acuerdo irrompible de regalarnos momentos y lo cumplíamos en cuanto teníamos la más mínima ocasión, bajo pena de ausencia de abrazos. Te sentías un poco cansada pero eso nunca fue una escusa para ti.  Comimos, reímos, bebimos, nos robamos besos...  Sentía que tenía más de mi en ti que en mí mismo.
Te noté un poco apagada así que fingí querer irme a casa. Al tercer escalón de aquellas escaleras te desplomaste en mis brazos sin previo aviso. Luchando por mantener los ojos abiertos, te llamé mil veces por tu nombre, pero ya no estabas allí conmigo. Miles de ojos curiosos se asomaron, pero pocos ayudaron.  La ambulancia llegó en un suspiro que me resultó eterno.  Pero nada comparado con la espera de una respuesta de qué ha sido lo que te ha alejado de mi.  Mi cuerpo temblaba pero no podía permanecer sentado. Ojalá tuviese más uñas para morder.
Un médico de semblante serio y movimientos elegantes me pidió que pasase a su despacho...
Metástasis se llamaba el ladrón que te iba a arrancar de mis brazos.  Aprendí que el amor no lo puede todo.  Supliqué ser yo el que estuviese en esa camilla. Besé tus labios con la intención de aspirar el mal que invadía tu cuerpo y poder incubarlo yo...  Pero la magia no existe.
Con tu mano cada vez más fría entre mis dedos, veía como poco a poco te ibas apagando.  Cada segundo, la distancia entre tu y yo era más y más grande a pesar de estar en la misma habitación.  Un hilo de voz salió de tus labios apagados.
- cariño, me estoy muriendo.
- no digas eso. Sólo estas un poco débil, pero pronto vamos a salir de aquí. -  dije con la voz quebrada como un cristal.
- nunca has sabido mentir.  Gracias por hacerme sentir la mujer más querida del mundo.  Sólo lamento dejarte sólo-  apenas pudiste terminar la frase y un mueca de dolor desfiguró la armonía de tu rostro.  Tu mirada, cada vez más perdida en el horizonte, me buscaba como el sediento busca el agua.
- no te preocupes cariño, estaré  bien.  Te amo como nunca he amado a nadie.  Descansa cariño, no sufras más... -  y poco a poco te apagaste como una vela.  Hasta que dejaste de respirar.
Un cuerpo salió andando de aquella habitación, pero fueron dos almas las que allí se quedaron abrazas para siempre.

domingo, 23 de febrero de 2020

Realidad

Intentamos buscar la felicidad con aspiraciones imposibles de realizar.  Con imaginación sádica nos martilleamos  y frustramos por conseguir algo que sólo podemos rozar con la punta de los dedos. 

Una y otra vez nos arrojamos contra el muro de la realidad que intentamos derribar a cabezazos.  Traicionamos con normalidad a quien no nos importa o aporta porque mi sueño es mi bandera y por él, todo vale. 

Cegados y manipulados por intereses ajenos,  somos las piezas de un ajedrez al que sólo unos pocos pueden jugar.  

Pero nada de eso es real.  La felicidad reside en los pequeños regalos que nos da la vida.  En esos amigos que te prestan un pañuelo cuando lloras de risa o de tristeza. En el abrazo que no has pedido.  En el silencio cómplice de una mirada sincera. 

No permitas que un sueño dulce amargue tu realidad inmediata. Lucha por lo que quieres cada día, pero no abandones tu realidad, porque al fin y al cabo, es donde vives.  


sábado, 22 de febrero de 2020

Y aun así te amo

Tú, que arrancas mi corazón de su zona de confor y la vapuleas contra tus encantos. Y aun así te quiero.

Tú, que envuelves tu piel con polvos de deseo y aroma a necesidad.  Necesidad de ti que  persiste  cada segundo del día. Y aun así te quiero.

Tú, que conviertes mis deseos en realidades y secuestras mi cordura con tus ojos.  Y aun así te quiero.

Tú,  que abriste mis ojos sin piedad y los sellaste con besos devolviendo a mi alma la esencia olvidada en algún rincón de mis miedos.  Y aun así te amo.

jueves, 20 de febrero de 2020

Carta de despedida

Estiré mi mano deseando tocar tu piel pero el afilado vacío cortaba mis ilusiones como cuchillas afiladas.

Afiladas como tus palabras que apuñalaron  mis esperanzas agonizantes. Degoyado, me desangro en lágrimas.  Me abraza la oscuridad y me susurra el silencio.

Mirada al suelo buscando una trinchera en la que aprender a estar sin ti. Me siento en posición fetal buscando un poco de paz en la guerra entre mi cabeza y mi corazón.

Me separo de mi cuerpo y no me gusta lo que veo. Cambios en mi núcleo que afectan a la corteza. Corteza resquebrajada por la sequía de tus abrazos.

Vuelvo a dar mis primeros pasos que me llevarán a volar de nuevo, pero ahora sin ti.  Luz en mis ojos y una nueva vida que se enciende. Ya nunca volveré a ti.

miércoles, 19 de febrero de 2020

Escapada

Y de entre todos los focos de colores que adornaban la oscuridad de aquel local, emergieron los más intensos, tus ojos.

Mirada penetrante pidiendo empezar una guerra en la que sólo habrá vencedores.  Tu cuerpo serpenteante se acercó cada vez más a mi hasta que sólo quedó  la mínima expresión de distancia entre tu y yo.  

Labios color sangre, ojos verdes penetrantes y tu cuerpo elevado al cielo mientras te levantaba la falda en aquel baño que se convirtió en la trinchera de nuestros besos salvajes. 

Pude entrar en ti sin guardar ni un centímetro de energía, tu labio mordido pedía más y nuestros músculos se tensaron.  Gemidos ahogados para oídos ajenos,  arañazos en la espalda cargados de pasión. 

Minutos con sabor a gloria pusieron punto y final a un baile sin pasos pero con mucho ritmo.  Tu ropa vistió el sentido de mi pecado.  Cara de disimulo y manos que se rozan acompañaron nuestra huida.  

Juntos abrimos la puerta de la morada donde dormían nuestros hijos.  Los años casados son la gasolina que prende nuestras miradas cada vez que se cruzan

lunes, 17 de febrero de 2020

Género

Cada mañana sentía miedo de entrar en clase. Un avismo de soledad me tragaba a cada paso y coleccionaba miradas de odio y desprecio. Sentía asco cada  vez que me miraba en el espejo ¿Por qué  tengo que ser así? ¿Por qué  no puedo ser como todo el mundo? ¿Como un ser tan poderoso pudo equivocarse de envoltorio a la hora de depositar mi alma? Imposible sentirse agusto en ningún rincón del mundo si no te sientes agusto dentro de ti.
En mi casa sentía apoyos contados y el de mi padre no estaba entre ellos.  Sus sueños de tener un hijo deportista murieron desde que era bien chico y ahora mi presencia le genera vergüenza, pero no más de la que yo siento cada vez que mi cuerpo desnudo se enfrenta a la tiranía del espejo.  
Enamorado del chico travieso del colegio lo miraba desde el rincón más lejano y suspiraba por él.  Ni en mis mejores sueños imaginaba que se acercara, me cogiera de la cara y me besase en los labios como hizo aquella mañana en la que nos cruzamos en clase solos.  Atardeceres en la playa montados en unicornio empezaron a poblar mi imaginación y por primera vez la vida me regaló una sorpresa maravillosa. Pero toda moneda tiene dos caras.  Al final de esa misma mañana, se arrepintió de aquel beso robado y me arrojó mierda de perro por todo el cuerpo con las risas de sus amigos como banda sonora.  Entendí que mi destino era hacer sentir vergüenza de quienes tenía al lado. 
Otra mañana más,  una erección.  Me daba asco tener aquel apéndice pegado a mi cuerpo.  Veía a mi hermana un año mayor  pasar con su pecho firme y suspiraba por poder tener aquellos atributos tan femeninos.  Cada vez que me masturbaba me sentía sucio y al acabar había segregado más lágrimas que semen. 
Se me partía el alma cuando, en vez de adornar mi piel con maquillaje, tenía que ocultarla con espuma. En varias ocasiones pensé  darle otro uso a esas cuchillas para acabar con mi sufrimiento.  
Los años pasaron y  mi carácter se había vuelto más tosco y mi piel de piedra.  Poco a poco aprendí a dejar de sentirme culpable y la mecha del orgullo había prendido en mi.  Las miradas inquisitorias ahora me motivaban y descubrí que era un privilegiado por no reprimir lo que tantos y tantos hombres sentían.  Años después me encontré con el chico travieso por la calle abrazado por su mujer y rodeado de niños. Una mirada de deseo abrigó mi cuerpo que se empezó a contonear como una serpiente, diciendo sin palabras "me pudiste tener".  
La vida ha sido dura, pero hice lo que pocos consiguen en esta vida. Aceptarme tal y como soy, enfrentarme a la desaprobación de toda una sociedad y vencer.  

Martín y el viejo gruñón

Érase una vez un niño llamado Martín.  Vivía en un diminuto piso con sus padres en un pequeño pueblo.  Aunque era el único niño de su edad, le gustaba salir a jugar con su pelota al patio, o a ser Indiana Jones y buscar tesoros ocultos...era un niño feliz.
Pero en su mismo bloque, en el bajo B, vivía un viejo grandón y gruñón que siempre estaba regañando a todo el mundo.  "no enciendas la luz de la escalera que la pagamos todos" "no votes la pelota" "no pongas la música tan alta"...  Al bueno de Martín le intimidaba aquel hombre tan grande, pero en el fondo sentía lástima porque nunca podría ser feliz si no se divertía.  Así que muchas tardes, Martín se sentaba en el mismo banco donde el viejo gruñón se paraba a descansar de su paseo vespertino e intentaba charlar con él.  Le preguntaba por su nombre, si tenía hijos o nietos, si le gustaba las mascotas...  Martín sabía que estaba de buen humor si conseguía sacarle un gruñido como contestación. Si estaba de mal humor, el viejo le despedía con frases como "dejame en paz niño del demonio" o "ya estamos con las preguntitas, olvida que existo mosca cojonera".  Martín se marchaba sin rechistar, pero por su cabeza no pasaba la idea de rendirse.
Una tarde se acercó  Martín dando saltos de alegría al banco donde estaba el viejo gruñón.  Había encontrado un tesoro y quería contárselo.  "mira, me he encontrado a un duende en el bosque y me ha regalado esta semilla mágica. Dice que la plante y la cuide y viviré muchos años felices" el viejo se levantó malhumorado farfullando palabras como "patrañas"  o "bobadas".  Mientras se alejaba, Martín le preguntó  "¿Puedo plantar esta semilla en alguno de los maceteros que tiene usted en la entrada?".  Después de unos segundos de silencio el viejo contestó "haz lo que quieras"  y prosiguió su camino.
Pocos días después, una preciosa planta, frondosa y con un aroma muy agradable había crecido en una esquina de la entrada del edificio.  El viejo gruñón la miraba asombrado sin saber que planta era y como era capaz de crecer tan rápido.  Esas flores con ese color tan peculiar...  Era una preciosidad.
El viejo gruñón veía la planta desde su ventana y no paraba de observarla. Había buscado información y no la había encontrado  por ningún tipo.  Un día, se percató que la planta estaba especialmente frondosa, con muchas flores y con un olor muy intenso.  Poco después vio al pequeño Martín celebrar su cumpleaños y jugar con sus regalos. Semanas más tardes vio la planta un poco mustia y con muy poco aroma. Salió a ver si se estaba muriendo y se cruzó con Martín y sus padres que venían del médico porque Martín había tenido gripe.  El viejo gruñón estaba desconcertado con aquella planta.
Pasaba el tiempo y la peor noticia posible explotó en aquel pequeño pueblo.  Martín tenía una enfermedad de las llamadas raras  y estaba muy grave.  Ya no se le veía por la calle jugar, ni reír, ni hablar con la gente. Sólo salía a la calle para ir a médicos en busca de un remedio.  El viejo gruñón seguía con su rutina y seguía  sentándose en el banco para descansar. Miraba el hueco  vacío  que Martín ocupaba con sus insufribles preguntas y se dio cuenta que lo echaba de menos. Volviendo a casa, el viejo gruñón pudo ver como una ambulancia se llevaba a Martín a toda velocidad. Cuando se dirigia a la puerta de su casa,  se dio cuenta de que la planta estaba casi muerta, sin hojas y sin apenas flores...  Nervioso y sin saber muy bien lo que hacía, rebusco en su trastero y sacó varios botes de pintura de muchos colores, y en el rincón donde la planta descansaba, pintó hojas verdes y flores de todos los colores...  Después rezó  por la vida del pequeño Martín.
Pocas semanas después Martín volvía a casa con su sonrisa de siempre. Todo el pueblo lo esperaba como si de un famoso se tratase. Martín no paraba de sonreír y dar besos a todo el mundo.  El viejo gruñón miraba desde la ventana de su casa como la planta había recuperado su esplendor y aroma. También vio a Martín pasar y leyó  en sus labios la palabra "gracias".  Martín había conseguido lo que nadie en muchos años, ver al viejo gruñón sonreír.

domingo, 16 de febrero de 2020

En tu universo

Tu nacimiento fue tan esperado y querido que aún se me erizan los pelos al recordar la primera vez que vi tu preciosa cara.  Descargué en ti todo el amor que podía generar y eras la diana de todos mis besos.  Tu olor, tu sabor, tus gestos...  Todo el dolor había merecido la pena por tal de verte dormir acurrucado en mis brazos.
Los meses se escurrian de mi calendario y tu primera palabra no llegaba.  Encontraba paciencia donde sólo había nerviosismo deseando que un balbuceo sonase en mis oídos como la más bonita de las canciones. Pero en mi casa solo había silencio.
Descartada la sordera emprendimos un largo y desagradable camino por varios especialistas para ponerle nombre a tu silencio.  Autismo fue la palabra más utilizada por todos ellos.  Yo solo sé que seguía esperando tu sonrisa.
Le suplico al tiempo que no corra tan deprisa pero tu sigues creciendo a cada momento.  Te veo sentado a mi lado, te puedo tocar, te puedo besar, pero no estás ahí conmigo.  Daría lo que fuese por poder entrar en tu mente y saber qué  aventura estas viviendo que te aleja de mi.  Me gustaría poder cogerte la cara y sacarte de tu sueño eterno y escuchar "hola mamá, vamos a merendar",  sentir tus brazos rodeando mi cuerpo.  Sin embargo, cojo tu cara y tus ojos juegan al escondite con los míos.
Salimos al parque a pasear y veo otros niños jugar con la pelota, correr y saltar. Sentada en el banco de al lado una mujer no paraba de regañar los inventos de un niño revoltoso.  Divino tesoro pensé.  Cogí la mano de mi pequeño hombrecito y la regué con una lágrima insolente. Él se miró la mano y  tocó la lágrima muy despacio con su dedo; descubriendo un universo en una gota estuvo durante horas. Pensé que era la primera vez que interactuaba conmigo y sonreí al verlo  jugar con mis ojos inundados.
Siguen pasando los años y hemos librado innumerables batallas. Cada peldaño que has subido que te acerca más a mi mundo lo he celebrado como grandes victorias. Ahora veo que tu forma de querer es distinta a la del resto del mundo, pero tu amor es más puro y sincero que ninguno.  Tengo un hijo con autismo y no te cambiaba por nadie en este mundo,  porque enriqueces mi vida y me haces mejor persona.

Por fin liberada

Limpiaba el polvo como cada mañana, pero ese día me fijé en la foto de bodas que adornaba aquel mueble.  Que guapa iba, que feliz fui ese día.  Me había casado con el que creía era el hombre de mis sueños, aunque mis padres nunca lo aprobaron. La rebeldía de la juventud me impedía  entender por qué.  Tenía sus defectos, pero como todo el mundo.  Defendía sus malas formas a capa y espada, como un guerrero defiende su reino.  Pensaba que algún acto divino le haría cambiar y me coseria a besos y abrazos...  Una, dos, tres...  Las lágrimas empezaron a dibujar un camino por mis mejillas.  Corriendo me las borré con una goma de papel no vaya a ser que alguien entrase y me viese.
Nunca el sonido de unas llaves me habían dado tanto miedo.  Mis músculos se tensaban y mi diafragma dejaba de funcionar. Un monstruo con mirada de fuego entraba en casa como un toro corre en San Fermin.  Mi hijo ¿dónde está mi hijo?  Rezaba porque no estuviese haciendo el más mínimo ruido, que no estuviese usando su imaginación infantil, que no le diese un motivo que sólo su padre veía para castigarlo físicamente.  He dejado de contar las veces que he suplicado que no le pegase a mi pequeño, "no cariño, es un niño, pégame a mí..."
El alcohol volvía a nublar su escaso raciocinio.  Tambaleándose llegó hasta mi y con toda la agresividad que podía me quito la bata y desnudó mis piernas. Una ereccion salvaje se abrió paso dentro de mí teniendo que ahogar un grito de dolor.  Empecé a notar fluir un líquido que goteaba...  Otro desgarro. Cerré los ojos y recé porque acabase pronto, sentía como me violaba el alma pero ya no me quedaban lágrimas para llorar. "mira mamá, mira lo que tengo"  oí decir a mi hijo desde la puerta.  Con la sorpresa enmarcando sus grandes ojos me dijo "mamá, estás sangrando".  Y llegó la explosión: "así no hay quien pueda, me has manchado puta asquerosa. Así no voy a poder salir a la calle.  Y tú, maldito hijo de puta, siempre tienes que estar en medio dando por culo."  intenté amansar la fiera con caricias de distracción.  "tranquilo cariño, yo te limpio, no le hagas nada,  es solo un niño que no entiende".... ¡Boom!  El primer puñetazo no lo vi venir, pero noté como el ojo se me hinchaba enseguida. Sólo supe poner mis manos por delante hasta que caí al suelo, fue entonces cuando empezaron las patadas. Me obligaba a no perder el conocimiento para no dejar a mi hijo solo con él. No sé  cuánto  tiempo estuvo usando mi cuerpo como saco de boxeo, pero tuve la sensación de que el tiempo se había parado.  Salió  de mi casa tan rápido como a mi me vino el dolor.  Me abracé a mi hijo que sólo supo quedarse en la puerta mirando lo que había pasado. "estoy bien hijo mío, no ha pasado nada. Son cosas de papás".  Un charco de sangre demostraba que mentía.
Quería correr para encontrar consuelo en brazos de mi madre,  pero no quería que me viese con heridas en mi piel, aunque nunca podría esconderle las heridas de mi alma reflejadas en mis ojos.
Un día encontré una mancha de maquillaje en una de sus camisas.  Un sentimiento de pena me asoló al imaginar que a otra pobre chica pudiese tratarla como hacía conmigo.
Veía cómo  la gente escupia veneno llamándose feminista o machista. Mientras los políticos solo se preocupaban en mirar estadísticas para decir las palabras justas que le diesen más votos... Yo solo pensaba en sobrevivir un día más. Cada día dormía abrazada a la soledad.
Mi hijo empezó a estar cada vez más nervioso.  Cada vez me hacía menos caso y no quería ver por qué.  Una tarde, mientras rompía sus juguetes contra el suelo lo cogí del brazo y le regañé.  Él me pego en la cara y me dijo "cállate hija de puta"...  Sólo supe abrazarlo, darle un beso y susurrarle al oído "tú  no vas a ser como él  hijo mío".  Abrí la puerta de mi jaula, entendí que era un ángel de preciosas alas, que aunque por muchas palizas que me pegase yo era más fuerte que él  y que merecía ser feliz.  Ese día volví a nacer.

sábado, 15 de febrero de 2020

Agustín

No hay más ciego que el no quiera ver,  dice el refrán.
Llevaba una vida normal, con mi trabajo, mi mujer,  mi casa... No pedía ni quería nada más. Mi vida en aquel pueblo chico era absolutamente apacible.  Todos me conocían,  me encantaba su cultura y riqueza.  El orgullo llenaba mi boca cuando hablaba de mi tierra.  Sin darme cuenta, me dejé llevar y los años corrieron tan deprisa como los años jóvenes.
Recuerdo el primer día que tiré algo al suelo sin querer. ¿Con qué  me había dado? Y sobre todo ¿de dónde había salido? La culpa, siempre de la torpeza.  Se hubiese quedado en una mera anécdota sino fuese porque ese tipo de accidentes se repetían cada vez más y de forma más frecuente. La negación de lo evidente es el primer escudo que hay que derribar para llegar a afrontar una dolorosa realidad.
Con el tiempo la situación se volvió  insostenible, era evidente que algo sucedía.  Todos sabían que algo me pasaba y habían empezado a desconfiar de mi.  Una chispa de inseguridad empezó a arder en mi interior.  Decidí ir al médico.  Miles de hipótesis y conjeturas para hablarme de porcentajes por tal de no decir claramente que no sabían qué  me pasaba...  Pero cada vez iba a peor.  Cada vez desaparecían más objetos de mi campo de visión. Cada vez eran más comunes los tropezones.  Mi inseguridad iba en aumento.  Recuerdo que una mañana fui a coger el reloj de pulsera que había puesto encima de la mesita la noche de antes. Busqué y busqué pero no lo encontraba. Cabreado y empujado por la prisa, pregunté a mi esposa.  Se acercó a mi, me cogió del brazo en un gesto de dulzura infinita y me respondió con una suavidad absoluta: "está donde lo habías dejado"....
La primera vez que oí hablar de operación me sobrevino un escalofrío.  Nunca me habían intervenido hasta entonces y el miedo me robó las palabras. Me pondrían una especie de lentillas dentro del ojo para poder agudizar mi visión.
La cual  mejoró después de la operación durante un tiempo.  Nunca recuperaría lo que había tenido, pero ya no iba a peor.  Envidiaba la gente que no conocía la sensación de sentirse limitado, pero mi espíritu luchador no me iba a dejar venirme abajo.   Cada día agradecía a dios la salud que tenía, el trabajo y mi mujer maravillosa que me apoyaba incondicionalmente.
Pero la vida es un carroñero que siempre muerde donde huele sangre.  Volví a notar que mi visión empeoraba. Las cosas que no estaban colocadas delante mía desaparecían y siempre tenía un cardenal adornando mi cuerpo.  Abandonamos toda esperanza en la sanidad pública y empezamos a ver médicos de pago suplicando una respuesta.
Retinosis pigmentaria. Me costó aprenderme el nombre que nunca volvería a olvidar. Una enfermedad degenerativa del nervio óptico que tendría como fin la ceguera.  ¿Como asimilar que nunca volvería a ver la cara de mi madre, amigos, familia.... De mi mujer? Nunca volvería a ver la cara que me enamoró, el rostro que ha sido mi referente durante tanto años. Ni mi cara tampoco.  No vería como nos hacíamos viejos juntos.  No paraba de pensar en todo lo que me iba a perder ¿olvidaría como es un atardecer, como son los colores...? Encerrado para siempre en una mazmorra abrazado a la oscuridad más absoluta.   El mundo se me vino abajo. La palabra depresión empezó a rondar mi mente.
Un buen día, un pensamiento cruzó mi mente como una estrella fugaz "mientras estas llorando, no estas disfrutando de los regalos de la vida" así que decidí salir a la calle y grabar en mi mente las imágenes que algún día dejaría de ver.  Empecé a darme cuenta que la vista es solo un sentido más y que mi felicidad no iba a depender de ella.
Ya solo veo un poco de luz en un punto lejano, demasiado lejano.  He aprendido a andar con bastón y curiosamente me tropiezo menos que antes.  He aprendido a hacer tareas que antes eran cotidianas. Y he descubierto aficiones antes desconocidas para mi: leo y escribo en un idioma que pocos conocen. Cada mañana entreno en un gimnasio donde he encontrado amigos verdaderos. Corro la San Anton de Jaén con ojos prestados.  He conocido la bondad de la buena gente cuando realmente dependes de ellos.
Ahora puedo decir sin lugar a dudas que SOY CIEGO, Y SOY FELIZ.

viernes, 14 de febrero de 2020

Venda

Solo hacía falta una palabra para que todo se derrumbase.  Cuánto miedo a algo tan intangible como son las palabras. Respiré hondo, muy hondo, y mi corazón movió mis labios sabiendo que apuntaba al centro de la diana.  Abrazado por la culpabilidad de estar haciendo un dolor infinito me senté y lloré. Lo siento.
Pero miro atrás y hablo con mi yo adolescente. Me dice que lo he decepcionado, que no he conseguido los sueños que atesoraban y sí los miedos de los que huía. ¿Dónde he perdido esa energía que tenía? ¿En que momento borré mis valores de mi lista de prioridades?  Recuerdo que podía volar...  Ahora mis pesados pies de barro me lo impiden.
Siento la punta de la espada en el pecho y el frío de la pared en la espalda. Sé que voy a tener que morir apuñalado para poder renacer y poder vivir la vida que merezco.
Soñé que andaba por un camino sin ver nada, andaba y andaba y no podía parar. Escuchaba mis pasos resonar en el suelo, estiraba mis manos sintiendo el vacío entre mis dedos. Un minuto, una hora, un año...  y mis pies seguían andando sin tener una brújula ni conocer la meta.  Una voz en mi interior me susurró "por qué me has olvidado", me detuve a escuchar.  "por que me has olvidado" volví a escuchar en mi cabeza.
  -  ¿quién eres? -  pregunté en voz alta.
  -  Soy tu intuición.  Quiero saber por qué me has olvidado.  Por qué has ahogado mi voz.
  -  No sé de qué  me hablas.
  -  llevo años avisándote, pero no me quieres oír.  Quítate la venda.
Toqué con la punta de los dedos mis ojos y pude palpar como una venda los cubría.  Rabia, desesperación, nervios....  No sabría definir con una sola palabra todo lo que sentí.  Arranqué la venda sin comprender que había sido yo quien me la había puesto.  Tardé un poco en poder volver a ver y cuando lo hice, un escalofrío recorrió mi espalda.  Ante mi se abría un enorme precipicio oscuro y me había quedado a un solo paso de caer...
De un saltó me levanté de la cama. Gracias a dios todo había sido un sueño.  Pero la inquietud se había apoderado de mi.  Algo no iba bien.  Un susurro en mi cabeza retumbaba una y otra vez.  Corrí al baño y me miré  en el espejo ¡¿Que ocurre, no veo nada?!
  -  ¡¡¡QUÍTATE LA VENDA!!!

jueves, 13 de febrero de 2020

Imaginé

Imaginé que llegabas a mi vida curando mi ceguera y cuestionando mis certezas.  Convirtiéndote en la realidad de un adolescente romántico.   
Imaginé que tu pelo color fuego servía de telón al mayor espectáculo que jamás había presenciado, tu cuerpo.
Imaginé que tus ojos guardaban un universo infinito de bondad y empatía.  Donde la verdad más cruel reinaba sobre la tiranía de la dulce mentira.
Imaginé que eras el lugar más seguro del mundo.  Donde tus abrazos no dejarían que pasase ningún tipo de dolor. 
Imaginé que te admiraba por luchar sin armaduras una guerra que nadie gana y tu ibas venciendo.  Todo un referente que se debía enseñar en las escuelas.
Imaginé que éramos asesinos del silencio apuñalándolo con nuestros besos sin piedad.
Imaginé que tu cuerpo y el mio bailaban al son de nuestras caderas, alimentados de nuestro sudor y cantando la salvaje canción de los gemidos.
Imaginé que sin ti mi camino se borraba y no tendría sendero bajo mis pies.  Perdido en el mundo,  solo tu ojos me harían seguir.
Imaginé que tu piel  lloraba porque se congelada sin el abrigo de mis caricias.
Imaginé que te odiaba con todas mis fuerzas porque nunca he necesitado tanto a nadie en mi vida.
Imaginé que no sabía que era un puzzle de dos piezas y que me faltabas tu, solo tu.
Imaginé que nos inventábamos un lenguaje que sólo nosotros entenderíamos,  aunque sin palabras nos entendemos mejor.
Imaginé que imaginaba una vida contigo y solo pude brindar con lágrimas de felicidad.
Imaginé que mi cuerpo entraba en tu cuerpo y nos volvíamos un solo ser incapaz de separamos, pero capaces de mover planetas.
Imaginé que no puedo vivir sin ti....
Hoy, dejo de imaginar para hacerte realidad.

Hospital

Miraba la puerta del hospital desde el primer escalón de una larga escalera que me llevaba hacia la entrada. No me atrevía a dar el primer paso, el miedo me había puesto un cepo en cada pierna que me impedía avanzar. "Debes venir cuanto antes, cada vez está peor"  decía la llamada que había recibido minutos antes.
Sentía miedo.  Habían pasado muchos años desde la primera vez que había visto un espíritu y todavía no me había acostumbrado. Una parálisis total inundaba mi cuerpo como una marea alta, miles de gotas de sudor empapaban mi cuerpo como el Rocío de la mañana moja las hojas de los árboles y la palidez dibujaba un rictus de terror en mi rostro....  sabía que allí dentro me iba a encontrar varios espíritus vagando sin saber donde están, anhelando una respuesta o lo que era peor, sin saber que ya no pertenecían a un mundo del que habían sido arrancados.  
Tragué saliva, hundí la barbilla en mi pecho y empecé a caminar como si calzase fuego en mis pies. Miles de piernas rodearon mi camino pero nada me detenía.  Seguro que más de uno pensó que era un internado de la planta de psicología.... Llegué al ascensor.  Sentí una cálida sensación de alivio en mi cuerpo.  Empecé a pensar que podría lograrlo, que era más fácil de lo que me había imaginado. 
Mi nuevo reto era cruzar el pasillo de aquella planta. La habitación era la última a la derecha.  El olor de aquel viejo hospital se metía en los sentidos,  mezcla de medicamento, enfermedad y tristeza.  Había mucho movimiento de personas cruzando de un lado a otro. Uniformes de enfermera, de médico, de enfermos...  Con sólo mirar el color de la ropa podia saber cómo  de bien les trataba la vida. Pero de entre toda la gente, mi atención se vio atraída por una mujer sentada en una silla a un lado del pasillo.  Vestía de negro, tenía el pelo largo recogido con una coleta que dejaba más pelo suelto que recogido.  Con la mirada perdida hacia el suelo,  no movía ni un músculo.  Todo el mundo emana una energía hacia fuera, más o menos intensa dependiendo del momento. Pero aquella mujer me impresionó porque era como si su energía se proyectase hacía dentro, hacia sí  misma, como si quisiera desaparecer...  Pasé a su lado y de pronto, de la nada, pude ver aparecer un hombre que se sentó a su lado mirándola fijamente.  No emanaba ningún tipo de energía, pero su rostro dibujaba una sensación de alivio enorme, como si un sufrimiento demasiado largo lo hubiese estado devorando por dentro.  Intentó cogerle la mano a la mujer, pero las atravesó  como si de humo se tratase. En ese momento entendí que ella no podía verlo. La mujer se puso recta, me miró  fijamente con lágrimas en los ojos, como sabiendo que algo malo pasaba; pude adivinar que sus ojos me suplicaban una respuesta, intuía que yo sabía algo... Negué con la cabeza conteniendo unas lágrimas contagiadas por su dolor  y seguí andando. Ella entendió que todo había acabado, que ya nada volvería a ser como antes.  Su llanto acompañó  mis pasos como una triste banda sonora.  
Que sensación más amarga.  No dejaba de pensar en como la vida puede entregarte tanto dolor en un solo momento. Tal cantidad es imposible de asimilar en tan poco tiempo. Todo es tan efímero. 
Ya podía ver la última puerta a la derecha y mis pasos aceleraron. Justo antes de llegar, me fijé en la penúltima habitación a la derecha cuya puerta estaba abierta. Un hombre con uniforme blanco le explicaba a una pareja que se agarraban de la mano  algo sobre una máquina y las bondades que tenía sobre el cuerpo de un hombre de avanzada edad tumbado en una cama con los ojos cerrados.  Pude ver como el hombre se levantaba de la cama, pero su cuerpo permanecía tumbado, se acercaba a aquella pareja destrozada,  sin fuerzas para seguir llorando y les gritaba con todas sus fuerzas "¡dejadme morir con dignidad!".  Nadie podía  escucharle.  Aquel hombre desprendía odio, coraje, rencor... Salí corriendo. 
Entré de forma atropellada en la última habitación a la derecha.  Cerré la puerta tras de mi y apoyé mi frente en ella.  Tardé unos segundos en darme cuenta que estaba temblando.  
  -  Tranquilo mi niño ¿estás bien? -  era la voz de mi abuela. Mi querida abuela. Me había criado con ella y era todo un referente  en mi vida. Sólo con su presencia me hizo sentir seguro. 
  - Sí  abuela, me he asustado viniendo hacia aquí, pero ya estoy bien.  
  - Así me gusta mi niño. Debes ser fuerte y valiente. Nunca voy a dejar que te pase nada malo. 
  -  ¿Me quieres abuela? 
  -  ¿cómo  me preguntas eso?  Más que a nadie en este mundo cariño.  
  -  Me alegra tanto que estés bien,  venía corriendo porque me habían dicho que estabas muy grave.  
  -  y lo estoy... 
Mi abuela se echó hacia un lado y pude ver su cuerpo tumbado en la cama con los ojos cerrados... 

miércoles, 12 de febrero de 2020

Álvaro

Fueron tantos los días de expectativas, de nervios, de ansiedades y de miedos.  Tanto tiempo deseando que llegase este día...  Y ahora no sé qué hacer ni qué  decir.  Debo ser el coherente, el tranquilo, el punto que le dé estabilidad a la situación.  Pero mis piernas tiemblan como si de flan estuviesen hechas.  Todo va muy deprisa y yo soy muy lento.
"El padre puede asomarse" escuché con voz firme pero sin apenas dirigirme la mirada.  Me acerqué como el gato curioso que no quiere hacer ruido. Y allí estabas tú. Lo primero que vi fue tu cabeza deformada por la presión de aquellas paredes que fueron tu hogar durante nueve meses.  Me sorprendí pidiéndole a dios que todo fuese bien, que te permitiese conquistar este nuevo mundo sin ninguna tormenta que salvar....  Los minutos no corrían, el corazón me explotaba en el pecho y centímetro a centímetro ibas ganando terreno.  Hasta que ¡al fin!  Pude ver tu cara.  Quise desmayarme; mezcla de alivio y nervios acumulados me golpearon en la boca del estómago.  Pero allí permanecí, como una columna jónica que sólo sabe respirar. Un pequeño rictus de dolor se dibujó en tu cara y lo que esperaba que fuese un llanto se convirtió en silencio.  Uno, dos, tres....  Pasaban los segundos y el llanto no llegaba.  Manos ajenas inundaban tu piel y aspiraban en tu interior.  "no pasa nada, está  todo bien", las palabras más bonitas que nunca había oido en mi vida.  Estaba bien. MI HIJO ESTABA BIEN.  Nadie vio la lágrima indiscreta que asomó en mis ojos.
Corriendo fui a cogerte.  Tan frágil, tan tierno.  Un instinto infinito de protección inundó mi cuerpo y te besé. Mi primer beso, tal y como lo había soñado. Pero resulta que había tenido por hijo un ladrón que nada más verme me robó el corazón con intención de no devolvermelo nunca...  Y yo no te lo voy a pedir. Miré tus ojos grises y supe que ya no necesitaba más. Se cerraron lentamente para dormir por primera vez en mis brazos.  Ojalá no tuviese que soltarte nunca.
Fueron tantos los días de expectativas, de nervios, de ansiedad y de miedos.  Tanto tiempo deseando que llegase este día...  Y por fin soy feliz.

martes, 11 de febrero de 2020

Eterna juventud

No recuerdo el día que encontré la lámpara mágica, pero si recuerdo el deseo que le pedí al genio: "tener siempre 27 años". 
Los años han ido cayendo como las hojas del árbol que veo desde la ventana de mi habitación, y yo sigo igual.  Tan guapa y coqueta como siempre. Me gusta pasear y que el sol me abrace.  Tener la sensación de inmortalidad que solo la juventud puede dar.
Pero desde hace un tiempo, noto que algo no va bien.  Muchos rostros desconocidos me hablan muy amablemente y me incomodan.  Veo caras que me son familiares, pero sus nombres son enigmas que guardo bajo llave que nunca aparece.
Periódicamente tengo visitas de gente que no conozco. ¿Acaso se están riendo de mi?  ¿Quienes son esos niños que me abrazan? Mi madre me enseñó a ser educada y no decir cosas inapropiadas. Por cierto ¿Y mi madre?  Hace mucho que no la veo y ya le hecho de menos.  "ahora viene, que ha ido a comprar"  recibo como respuesta....  Pero nunca viene y me empiezo a sentir muy sola.
A veces me sorprendo secándome las lágrimas que mojan mi rostro.  No consigo recordar por qué lloraba. Vuelvo a pasear para que el sol me abrace.
"Maria, Maria ¿Cuantos años tienes? " escucho preguntarme una mujer que podría ser mi madre con tono jocoso." tengo 27" respondo con la educación que tanto escasea.  Risas y más risas que enfurecen mi carácter.  ¿Dónde está mi madre?  Quiero que nos vayamos de allí y volver a pasear mientras comemos un cartucho de pipas,  comprarle al viejo tendero de la esquina y poder visitar a mi novio a escondidas, nadie sabeo nuestro.
"María, tienes visita ".  ¡Por fin alguien que conozco!
  -  hola hija - dije sin pensar....  ¿Cómo, mi hija?  Me sentí aturdida.
  - Mamá, me reconoces.  Que alegría, cada vez son  menos los momentos de lucidez.
  - ¿Que está pasando cariño?
  -  Tienes alzheimer... - Una puñalada helada atravesó mi corazón.  Podía recordar todo con total claridad. Era una anciana de 89 años ingresada en un geriátrico. Viuda y con tres preciosos hijos.  Una enfermedad ramera me estaba robando los recuerdos y no podía hacer nada.
  - ¿os doy mucho la lata cariño?
  -  para nada mamá, eres un encanto.
  - ¿sabéis que os quiero?
  -  Si mamá, claro que lo sabemos. -  contestó con lágrimas en los ojos....
Me sequé las lágrimas y pregunté  de nuevo "¿Y mi madre, cuando va a venir?"...

Lucha

Era el tercer día sin comer.  Mis jóvenes piernas de ocho años apenas podían sostener el peso de mi cuerpo.  Notaba el frío que se colaba por mis roida ropa y por mis zapatos podridos. Malditos charcos, ¿cuando parará de llover!
Sin nada que perder, entré a la panadería del barrio.  El viejo dependiente se llevaba bien con mis padres cuando vivían.  Entré flotando por el rico olor a pan recién sacado del horno y apenas me di cuenta que toda la tienda me miraba con ojos de desaprobación, incluso con asco.  Agradecí que la lluvia hubiese limpiado mi cara y no quedasen marcas de haber estado llorando.  El dependiente me agarró con sus enormes manos de la camisa,  la cual oí crujir en sus costuras, y me sacó de la panadería mientras gritaba insultos que no llegaba a entender y me tiró de cara sobre un charco profundo que había logrado esquivar poco antes.
Notaba como el cuerpo empezaba a tiritar y me escondí en el callejón más cercano, donde unos cartones me ayudarían a pasar la noche. Sin darme cuenta, el tiempo había corrido y la panadería estaba preparada para cerrar. Vi al viejo dependiente sacar el género que no iba a vender y tirarlo en un sucio contenedor. De pronto, noté como una ola de calor me subía desde el estómago y empecé a correr hacia ese contenedor,cogí una barra de pan duro y sentí una profunda felicidad por poder volver a comer....  Pero antes de dar el primer bocado, noté un dolor muy agudo en mi rodilla que me hizo soltar mi manjar. Un perro callejero pensó que aquel pan duro también era su cena, pero no estaba dispuesto a ponérselo fácil y luché, vaya que luche.  Dejé de sentir los mordiscos, pero notaba como la sangre corría por mis dedos mientras intentaba golpear a aquel maldito perro.  Entonces, como un trueno en mitad de una tormenta, se abrió la puerta de la panadería y apareció el dependiente.  "¡fuera de aquí malditos!"  gritó con toda su alma mientras le pegaba una patada al perro que huyó gritando.  Cuando me giré para mirarlo solo me dio tiempo a ver como su enorme mano venía hacia mi a toda velocidad y un golpe sordo sonó en mi cara.....  Todo se volvió negro mientras caia al suelo.  Y solo pensaba en No soltar la barra de pan.
No se cuanto tiempo estuve sin conocimiento. Al despertar estaba solo y mantenía la barra agarrada fuerte contra mi pecho.  Como pude, me arrastre hasta la pared y me puse a cenar mi barra de pan. Las lágrimas recorrían mis pálidas mejillas, y la mandíbula me dolía a cada bocado, pero aquel pan me supo a triunfo....  Fue el principio de mi cambio

Para ti que me estas viendo

Son tantas las preguntas que se agolpan en mi cabeza. Son tantas las imágenes que invaden cada uno de mis sentidos. Son tantas las lágrimas que he derramado que parece que el mundo ha girado demasiado deprisa y yo no me he enterado.
Imagino  los minutos anteriores a tu accidente; imagino que irías pensando en volver a casa, comer algo caliente y descansar, como siempre hacías. Pienso que ni te podías imaginar lo que te iba a ocurrir mientras escuchabas la radio y disfrutabas del coche que tanto trabajo te estaba costando pagar y al que tanto cuidabas. 
¿Pero qué fue lo que te paso? Es uno de los secretos que te has llevado contigo. Conjeturas, hipótesis, creencias... todo me da igual, no sé lo que realmente te pasó; me quedé esperando mucho rato a tu lado esperando que me lo dijeses, pero tu boca nunca se volvió a abrir.
Imágenes perversas que se acoplan en mi mente y me  muestran tu cuerpo justo después del accidente. Quiero pensar que no sentiste nada, quiero pensar que todo fue rápido y que la conciencia te abandonó en ese momento. Te imagino tumbado en el volante del coche: "qué pasó con esa canción que estaba tarareando, ya no suena; dónde estoy, ya no veo el sol detrás de aquellos olivos, jugando a esconderse.  Ahora solo veo oscuridad; qué le pasa a mi cuerpo, me muevo lentamente, parece que peso toneladas que me impiden moverme como yo lo hago; ¿y mi coche? Recuerdo que estaba sentado en él, conduciendo. Tengo que volver a casa, mi familia me espera; empiezo a tener miedo y solo quiero volver y estar con ellos; no les diría nada, pero quiero abrazarlos y decirles que los quiero. Dónde estoy, ¿dónde están todos?"
Sentí tanto miedo en aquella hora que duró el viaje. Mi madre sabía más de lo que decía, yo prefería ser optimista y pensar que solo te habrías roto algún hueso y que pronto te volvería a regañar por el humo del tabaco que me daba en la cara mientras comía. Me obligaba a ser optimista, no quería pensar que tu cuerpo se iba a rendir; sin saberlo, habías empezado la lucha más importante de tu VIDA y,  enfrente,  tenías a la muerte.
Llegamos al hospital. Tantas horas de tensión disimuladas se plasmaron en dos tímidas lágrimas que degeneraron en sorpresa de los que allí me estaban mirando. Unas palabras serias detrás de una mirada impenetrable nos recalcó el estado muy muy muy muy grave del señor López Arévalo. Enseguida esas palabras volaron de mi cabeza; sabía que estabas bien y que pronto te regañaría por el susto que nos acababas de dar. Solo quería sacarte de allí y que nos fuésemos a casa, a pelearnos por el sillón y ver la tele un rato; solo pensaba en que nada cambiase y poder decirte de nuevo "buenas noches PAPÁ".
Entramos a verte, no sé  si te diste cuenta. Mamá y yo nos abrimos paso entre las lágrimas que nos cegaban. Te veía respirar, eso me tranquilizaba, parecía que estabas en un profundo sueño y que solo tenías que despertar... solo despertar. Me contestaron que lo más seguro es que no me escuchases, aún así te dije que te quiero; era la mejor forma de atarte a la vida y que te quedases conmigo.  Parece que no fue suficiente. Miles de máquinas te abrazaban; apenas tenía un hueco para poder besarte. Me dio igual mancharme de sangre, tu sangre. Enseguida la máquina pitó, quise creer que habías notado mi beso lleno de esperanza, de amor y de fuerza.  Te juro que quise creerlo.
La noche pasó, la horas iban goteando por mi rostro; no podía dormir pensando que allí arriba estabas tumbado en una cama. La imagen de verte allí me había impactado; te sentía cerca, llamándome, necesitándome; no podía quedarme dormido con mi interior removido.
Salió el sol como cada mañana y una nueva esperanza empezó a surgir en mí. La ausencia noticias era la mejor noticia. Empezaba a pensar en los días, incluso meses que nos quedaban por estar allí. En los turnos que íbamos a hacer para estar a tu lado. Algunos recuerdo se venían a mi cabeza. No sé  por qué pero empecé a verte jugar al fútbol a mi lado, diciéndome lo que tenía y no tenía que hacer; recuerdo la admiración y el orgullo de saber que ese que tanto coraje tenía era mi padre, me encantaría poder llegar a lo que él había llegado y enseñar a mi hijo igual que él me enseñó a mi. Recordando todo aquello una sonrisa se dibujó en mi cara.
Volví para Jaén. No había dormido nada, pero tampoco lo necesitaba. Me duché y preparé todo lo necesario para pasar una larga temporada a tu lado. El teléfono sonó: "Jose, date prisa, papá está muy mal, nos han dicho que está en muerte cerebral". En ese momento el mundo se paró, nada ni nadie tenía sentido en ese momento. no, no, no, no, no, no...  la palabra que más veces se repitió en mi. "Le van  a hacer unas pruebas para ver si reacciona". Me aferré a esas palabras como un clavo ardiendo. Todavía queda una mínima esperanza. Me regañaba a mi mismo por estar llorando; aún queda una esperanza, ¿Es que no lo había oído?
De vuelta quería que el viaje no terminase. Tenía miedo de llegar, de enfrentarme, de afrontar.  Tenía miedo de que todo se hiciese verdad. Subí las escaleras y allí me estaba esperando la frase. "Papá ya ha muerto"  ¿Cómo asimilar eso? ¿Qué hacer? El día de antes estabas tan bien, con tus preocupaciones y tus alegrías; con tus ilusiones y tu futuro soñado tan cerca. Enseguida busqué una confirmación que encontré en las lágrimas de mi madre. Miles de abrazos vacíos, miles de palabras sin sentido. Lo único que quería era estar allí contigo, que tú me abrazases y que tú me consolases. Patadas, gritos, llantos que no me devolvían lo que acababa de perder. "venga, ánimo"  ¿Qué sentido tiene eso?
Una y otra vez las lágrimas brotaban y brotaban. Qué dolor tan profundo, que hondo puede llegar a estar el corazón. ¿Volver a verte? Por supuesto; me dieron esa oportunidad como la última antes de volverte donante.
Nunca había sentido tanto miedo, nunca diez minutos se me hicieron tan interminables. "¿Seguro que lo quieren ver?"  por supuesto, me daba igual todo, quería verte, saber que era cierto que no estabas vivo, que era cierto que no te volvería a ver. Mensajes que todos te querían decir de mi boca. Entré y no parecías tu; pero sabía que estabas allí; Silvia dice que te quiere mucho y que lo siente; Mamá y Marina también te quieren; yo te quiero un montón papá.  Esa frase:  "Papá, yo te quiero..." puse toda mi fe en esa frase para que te despertases, para que los médicos reconociesen que se habían equivocado, para que me abrazases de una vez por todas. Aún parecía que estabas dormido, "¡despierta!"  te quise gritar. Despierta y vámonos; parecía que dormías muy profundamente; la máquina seguía respirando por ti, tu pecho se levantaba y bajaba rítmicamente.  No me podía creer que en tu cerebro no hubiese vida, que ya no me reconocieses, que no sintieses mis caricias y que mis besos se quedasen en el olvido. No podía creer que aquellas máquinas te estaban dando la vida y que ellas te la iban a quitar, te iban a arrancar de mi lado y como último favor me iban a dejar despedirme de ti. Al menos te pude decir adiós aunque no me escuchases.
Salí de allí y mi alma se estaba separando de mi cuerpo. Todos me abrazaron, pero solo sujetaban mi cuerpo. Mis manos se descontrolaron y mis labios se durmieron. Había sentido tu roce por última vez ¡¿Cómo coño se asimila eso?! 
Sacando fuerzas desde lo más profundo de mis entrañas organicé todo. Hice y deshice lo mejor que pude en memoria del ser que tanto he querido. Nunca olvidaré la sensación de enterrarte al elegir el ataúd. Sentía que sino escogía ataúd nunca te enterraría, pero me vi obligado a hacerlo; escogí lo mejor que se puede escoger cuando lo que más deseas es morir. Aquel día murió la parte inocente de mi; aún no sé  como será mi nuevo corazón. El que me acaban de imponer.
Quise ver lo último que viste. Lloré, por supuesto que lloré. Vi aquel coche destrozado, tu sangre; te imaginé sentado allí, aún olía a ti los asientos. Recogiendo lo más insignificante como el mayor de los tesoros solo porque había pertenecido a ti. La bolsa se llenó enseguida. Me imaginé de nuevo tus últimos minutos pasando por la carretera que te apartó de mi lado. Allí, entre miles de ramas, estaban las huellas que dejaste. La desesperación de no saber, de querer y no poder...  más que nunca maldije a tu dios. Recogí tu letra en un papel que no decía nada nuevo, pero era tuyo.
La imagen del ataúd detrás del cristal me impresionó. Te necesitaba a mi lado, aunque fuese ver tu silueta sin que te acercases a mi, eso me reconfortaría. Miles de lágrimas ajenas, miles de abrazos y de sentimientos para despedirte. Cuánta gente te quería. 
Te pudimos ver, esta vez sí, la última. Te acaricié lo que se podía ver de ti. Te besé, estabas frío, quizás en ese momento me di cuenta de que habías muerto. Te volví a acariciar y te guardé las imágenes del abuelo en las que tanta fe habías puesto. ¿Por qué no lo protegiste esta vez? ¿Tan mal se había portado? ¿Qué demonios había hecho tan imperdonable para que nos lo quitases de una manera tan cruel? Besé  esas imágenes y las metí en el pecho. Caricias que mis dedos guardarán. Pedí perdón y me metí en el servicio, aporreé la puerta con toda la fuerza que pude; me destrocé el pie intentando aceptar que mi padre había muerto y yo no había podido hacer nada para evitarlo. 
El resto supongo que ya sabes como transcurrió.
Hoy hace una semana que te enterramos y aún espero que tus llaves abran la puerta de casa. Aún espero que cruces el umbral y te pueda dar el beso que casi siempre te daba. Aún espero poder ponerte la mesa y que comas hasta que no puedas más y dormirte. Aún espero que vuelvas conmigo y que no me dejes tan solo como me has dejado. Ahora sé que la vida no es justa, que la lucha que empezaste contra la muerte la tenías perdida de antemano. Ahora sé que te quiero mucho más de lo que había imaginado, ahora que no te lo puedo decir. 
No entiendo tu ausencia; quiero pensar que estas en un largo viaje y que vas a tardar en volver. Me martiriza el pensar que cuando te fuiste no estaba a tu lado, que estabas solo. Me martiriza que la noche de antes no te pude ver. Me martiriza el pensar que no sirve de nada luchar y luchar en esta vida, que al final la injusticia dicta las reglas del juego. 
Me cuesta aceptar que te he perdido pero lo tengo que hacer. Algún día miraré el aparcamiento y no esperaré ver allí tu coche. Algún día hablaré de ti como alguien que no está, no como alguien que está aún acostado en la cama junto a mamá. Algún día cerraré los ojos y dejaré de verte en aquella cama de hospital...  pero eso será algún día.