Cualquier indicio que demostrase que no era normal lo sesgaba de su mente añadiendo la palabra locura a su vocabulario.
Se disfrazó de alguien que no conocía, pero que caía bien. Usó frases y gestos que creyó eran los mejores, y funcionó. Pero la felicidad no residía en su mirada.
Un día en el que el alcohol y las risas debilitaron sus defensas, abrió su corazón a su mejor amigo. Le contó lo que sentía por él y usó la palabra amor. No lo pensó dos veces y besó sus labios, acarició su pelo. Pero un empujón respondió sus gestos cariñosos, fueron la respuesta a su sinceridad.
La voz corrió como el veneno y pronto todos supieron de su secreto. La risa y la burla aumentaron tanto como su vergüenza. No duró mucho más y huyó tan lejos como pudo, donde nadie lo conocía. Y comenzó a gestar un corazón de hierro y hielo. Donde nadie le haría daño, donde los pocos que llegasen serían para quedarse. Dejó de ocultar quien era, una de las mejores personas que jamás conocerán.
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