sábado, 24 de julio de 2021

Simbiosis

 El barco era nuevo, joven e inexperto. Le gustaba sentir el viento empujar sus velas y surcar las olas tan rápidamente como podía.

 Pero no todo era perfecto. El joven barco odiaba el ancla que llevaba siempre a bordo. Le impedía seguir navegando cuando no estaba cansado. No podia decidir cuándo salir o parar. Y cada día lo aguantaba menos.  

Cierto día, cuando menos lo esperaba, el barco se dió cuenta que el ancla no estaba sujeta a su armazón porque la estaban limpiando. Sin pensarlo dos veces, aceleró y navegó tan lejos como pudo. Durante horas estuvo disfrutando de su libertad sin parangón. Hasta que se hizo de noche y decidió descansar en una pequeña cala oculta y tranquila. 

Cuando se despertó no sabía dónde estaba. Mientras dormía había seguido flotando sin nada que lo retuviese y ahora estaba irremediablemente perdido. ¡Qué demonios iba a hacer ahora?

Pasaron los días, las semanas, los meses... La desesperación se había apoderado de su espíritu pues no podía estar parado en un solo sitio. Tenía miedo de dormir ya que no sabía dónde se iba a despertar y la locura empezó a llamar a su cordura. 

Un día, sin saber cómo, apareció en el muelle donde había abandonado a su ancla. La miró y le dijo.

- Siento haberte abandonado. Te necesito para poder estar quieto en este mar incesante - dijo el barco.

- Yo también te necesito. Sin ti solo soy un trozo de hierro. Contigo soy un ancla que recorre el mundo y descansa en zonas que nunca nadie ha visitado. 

Así que juntos retomaron una profunda amistad en la que ambos se necesitaban. 






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