domingo, 13 de junio de 2021

El sabio aprendió una lección

 Fue conmovedor llegar por fin a su destino y aún así no derramó una lágrima, debía ser fuerte. Se colocó su pesada máscara de la  tranquilidad y se sentó delante de la persona más sabia del mundo. Buscaba respuestas, necesitaba estabilidad. 

- Y bien. ¿Qué deseas? - preguntó el sabio. 

- Necesito respuestas. Me siento perdido, sin rumbo. Nunca había estado así. - El sabio bebió de una taza de cerámica una bebida humeante mientras asentía levemente con la cabeza. 

- Un marinero encuentra su rumbo mirando a las estrellas. ¿Hacia dónde miras tú?

- No lo sé. 

- Te abruma la sensación de ausencia de control en tu vida. Sientes que has perdido el rumbo pero eso no significa que el universo no siga en movimiento y tú estás en el universo. Quizás sea un buen momento para aprender.

- ¿Y por dónde empiezo?

- Te voy a dar los siete mandamientos del caminante errante:

• No puedes emprender la ardua tarea de encontrar tu senda si antes no sabes cuál es tu destino. Pero eso no quiere decir que no puedas caminar y aprender, equivocarte o acertar. Experimenta. 

• No existen malas o buenas compañías. Solo gente que te puede aportar o no lo que necesitas. 

• Que te encuentres solo no quiere decir que no puedas hablar. Necesitas escucharte, eres el único que puede disipar la bruma que nubla tus ojos. 

• La fuerza no se consigue de los músculos. Es tu alma la que te da la energía para llegar donde nunca antes. Entrénala. 

• Olvídate de conceptos dañinos como bueno o malo. Debes ser honesto contigo mismo y romper con esas normas que te grabaron a fuego desde que eras chico. 

• Atesora los buenos momentos, son los que te robaran una sonrisa cuando más lo necesites. Pero ten más presentes aún los momentos malos. Son de los que realmente se aprenden. No los escondas o los intentes guardar en el olvido, se convierten en heridas que aparecerán cuando más tranquilo estés. 

• Tu felicidad no reside en los demás ni tiene siempre el mismo aspecto. Aprende a encontrar la felicidad en ti y solo entonces podrás complementarla con la felicidad de otras personas 

Cuando el sabio hubo acabado, el hombre no podía ni pestañear. Agradeció fríamente sus palabras, se levantó y salió cerrando al salir. El sabio supo enseguida que aquel hombre no había escuchado sus palabras y enseguida reconoció el rostro de la felicidad en la desdicha. 

El sabio aprendió una lección.



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