sábado, 12 de junio de 2021

Maricón

Siempre supe que un corazón distinto latía en mi interior. Diferentes gustos me identificaban y juzgaban. Mil veces me maldije, pero cómo cambiar lo que uno es. Las risas y burlas me acompañaban y yo contestaba con llanto.

Con la inocencia de la infancia aún en mi mirada, me costaba entender que fuese pecado amar de forma incondicional. Me explicaron que dos géneros iguales no deben juntarse, pero no entendían que yo no podía evitarlo. 

Acorazado tras años de rechazo, malas palabras e incluso golpes, tardé en encontrar un amor correspondido. Cada caricia en público la escondíamos de miradas inquisidoras. Envidiamos cada pareja que paseaban de la mano mostrando al universo todo lo que se querían, mientras nosotros solo podíamos mirarnos y esperar al abrigo de la noche. 

Mucha de mi familia se apartó cuando se hizo pública mi relación. No querían ver manchado su nombre. Siempre tan devoto, fui expulsado de la cofradía de la piedad, paradójico. Y aún así creía ciegamente en mi Virgen, en su dolor que se convertía en el mío. 

Cada vez más indolente ante la injusticia, empecé a trabajar en un sitio lleno de gente pero ausente de compañeros. Poco a poco la sociedad empezó a acostumbrarse a nuestra presencia y hasta nos dejaron de insultar. Pero las muestras de amor públicas siempre fueron censuradas. 

Los años han pasado, quizás demasiados. Y veo con orgullo que los chavales homosexuales como yo son totalmente aceptados. Espero que nunca olviden el sacrificio que vivimos los que los precedemos y sepan apreciar que esas calles, por las que hoy pasean orgullosos, están regadas con nuestras lágrimas y sufrimiento. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario