La joven María no hacía nada más que susurrar al viento palabras que nadie entendía. Escondida tras la indiferencia que su entorno le producía, pronto comenzó a sufrir la fría mano del rechazo más severo.
El viento nunca le respondió, nunca trajo un aroma conocido. Pero ella nunca se rindió y cada día, a la misma hora iniciaba sus susurros. El viento pronto lo arrancaba de sus labios y solo él sabía dónde lo llevaba.
Cierto día, en el que su mundo parecía muy interesante, María no sé percató que a su lado se había sentado un chico de su misma edad. La miró tan fijamente que la sacó de su letargo y María le hizo un gesto de no saber qué quería mirándola tan insistentemente. El joven sacó una libreta y escribió con una preciosa caligrafía: "me llamo Fidel, soy sordo y te miraba tan fijamente porque te estaba leyendo los labios".
María se sonrojó de forma instantánea. Nunca pensó que nadie supiese lo que le susurraba al viento y ahora que alguien lo sabía sentía su alma desnuda, su mayor secreto expuesto a otros labios. Fidel sonrió cálidamente y le escribió que su secreto estaba bien guardado con él, nunca lo compartiría.
Desde entonces María y Fidel crearon un vínculo nunca conocido. María nunca más necesitó al viento para susurrar secretos y comenzó a llamar a Fidel el niño viento.