El cielo, cansado de vivir separado de la tierra, donde la vida se gesta, quería tener un hijo. Implacable observador desde su privilegiada posición, pudo ver como un pequeño se perdía en un espeso bosque y no podía encontrar el camino de vuelta. El cielo decidió cuidar de ese pequeño y tomarlo bajo su tutela. Unos días pasaron y el cielo estaba encantado con su nuevo papel, pero la alegría duró poco. Sus padres aparecieron desesperados y lo se lo llevaron a su casa. El cielo, triste como nunca empezó a llorar durante mucho tiempo. Así fue como nació la lluvia.
La naturaleza se enamoró de un apuesto marinero. Sentía como la cuidaba, como disfrutaba de su belleza y ella le correspondía floreciendo con todo su esplendor y creando aromas únicos. Un día, el marinero se despidió prometiendo volver de su viaje en unos meses. La naturaleza, sensible como nadie, se apagó y marchitó sus flores y hojas llenando el suelo de tristeza. Pero el marinero cumplió su promesa y unos meses después regresó de su viaje y la naturaleza volvió a lucir con todo su esplendor. Así fue como nació la primavera.
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