Una gota cayó suevamente por su erizada piel. Una gota que luchó contra los sentidos, contra los gemidos, contra lo imposible.
Una gota resbaló por la superficie del placer, soberana y poderosa. Exigente y ajena al sentimiento que provocaba. Fue conquistando centímetros al ritmo de las fuertes embestidas.
Una gota conquistó su ombligo con sabor a miel. Se sintió agusto y confortable. Supo que sería un gran hogar, una nueva esperanza, un balcón a lo cierto. Ajeno al mundo externo, consciente de lo efímero y de lo eterno. Y allí mismo murió.
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