Cada día era más grande, cada día más voluminoso. Se despedía de los cedros más viejos que él cuando se los llevaban a la fábrica y sabía que su hora se acercaba inexorablemente. Tic tac, tic tac... Y la hora llegó. Cortaron su tronco con esmero y cuidado. Ese fin suponía el principio de su nueva vida, encerrado en un zulo en campo santo con un inquilino descomponiéndose en su interior. Lo llevaron a una enorme nave donde iniciarían la transformación a su nueva forma.
Quedó precioso, resaltaba por encima de otros. Tan bonito parecía que en una exposición lo colocaron. Miles de ojos lo admiraban y miles de personas lo tocaban. Contento por su nueva vida, poco le duró la alegría pues a los pocos años lo desecharon por otro más nuevo y moderno. Perdido su color y su juventud, no lo querían para nada y en un viejo almacén empezó a humedecer sus anhelos, lo mismo que aquellas viejas paredes.
Pero el destino a veces tiene una manera muy peculiar de cumplir los sueños. Un empresario con visión de futuro buscaba un ataúd que le sirviese para un espectáculo itinerante de miedo. Iban a viajar por todo el país con un magnífico número lleno de gritos, sustos y risas. El ataúd iría justo en el centro y sería la principal atracción. En su interior un muñeco terrorífico se levantaría al paso de los inocentes visitantes y todos saltarían con la repulsiva e inesperada presencia. Se sentía feliz y había cumplido su sueño. Viajaba a todos lados y su trabajo le encantaba. Su destino estaba marcado y la dirección parecía única, pero él era uno entre un millón y no aceptó rendir sus sueños. Así fue como nació la historia del ataúd más feliz del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario