miércoles, 8 de septiembre de 2021

Corriendo sin moverse

 Se apeó de las viejas normas enraizadas durante tantos años. Se sintió atraído por ideas prohibidas y decidió escuchar a esa voz que desde chico le enseñaron a ahogar, el deseo. 

Siguió las huellas que aquellos gemidos dejaban en el viento y miró tras la prudencia a la pareja semidesnuda dejándose llevar por la pasión. Quería, pero no podía dejar de mirar. Ella no paraba de gemir mientras recibía los embistes de aquel hombre. Sin darse cuenta, se estaba tocando la entrepierna sobre el pantalón sorprendido por una salvaje erección. 

Ella se dio cuenta de que la estaba mirando, y no dijo nada. Comenzó a gemir más fuerte y a tocarse sus pechos desnudos en un claro gesto de provocación. Él se olvidó de su escondite y se colocó donde más visible era. Los nervios se apoderaron de sus manos y sus piernas, pero no se podía mover. 

Ella lo invitó a acercarse con una mirada lasciva  mientras seguía recibiendo fuertes empujones. Él se dejó llevar por el placer que  la calidez que aquellos labios le producía. A veces le costaba seguir pues los gemidos ahogaban sus movimientos. Pero poco duró. 

El hombre que empujaba terminó entre gritos ahogados de placer y se retiró sin mirar atrás. Solo quedaban ellos dos. Ella no se había apagado lo más mínimo y él comenzaba a arder al mismo nivel. Él entró en ella sintiendo su enorme pecho aplastarse sobre sus manos. Cabalgaron sin rumbo, susurraban sin hablar y corrieron sin moverse. 

Se volvieron dos desconocidos cuando todo acabó. Pero él jamás olvidaría la locura de aquel día y que por siempre jamás lo acompañó. 



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