En los albores de los tiempos, cuando nada estaba claro ni definido, vagaban los sentimientos sin identificar ni diferenciar. Se miraban y estudiaban, pero no sabían cómo nombrarse. Temblorosos fueron sus primeros pasos.
Un sentimiento no dejaba de saltar, gritar y hacer reír. A muchos no le caía bien, pero parecía darle igual. Hubo un sentimiento que no podía dejar de mirarlo y pronto quiso estar con él todo el tiempo. Así fue como la locura y el amor empezaron a ir de la mano.
Por otro lado, había un sentimiento que siempre estaba apartado. No hablaba con nadie y su rostro nunca dibujaba una sonrisa. Al amparo de su sombra, otro sentimiento solitario y siempre murmurando palabras malsonantes, se cobijó. De esa forma, el enfado y el rencor se hicieron inseparables.
Y en medio de estos sentimiento, había uno tembloroso y siempre alerta. La locura y el amor, bondadosos como eran, decidieron acercarse a él y cuidarlo, era el miedo. Por eso, la mayoría de las veces es más fácil sentir enfado y rencor y nos da miedo sentir un amor que nos haga hacer locuras.
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