jueves, 13 de febrero de 2020

Hospital

Miraba la puerta del hospital desde el primer escalón de una larga escalera que me llevaba hacia la entrada. No me atrevía a dar el primer paso, el miedo me había puesto un cepo en cada pierna que me impedía avanzar. "Debes venir cuanto antes, cada vez está peor"  decía la llamada que había recibido minutos antes.
Sentía miedo.  Habían pasado muchos años desde la primera vez que había visto un espíritu y todavía no me había acostumbrado. Una parálisis total inundaba mi cuerpo como una marea alta, miles de gotas de sudor empapaban mi cuerpo como el Rocío de la mañana moja las hojas de los árboles y la palidez dibujaba un rictus de terror en mi rostro....  sabía que allí dentro me iba a encontrar varios espíritus vagando sin saber donde están, anhelando una respuesta o lo que era peor, sin saber que ya no pertenecían a un mundo del que habían sido arrancados.  
Tragué saliva, hundí la barbilla en mi pecho y empecé a caminar como si calzase fuego en mis pies. Miles de piernas rodearon mi camino pero nada me detenía.  Seguro que más de uno pensó que era un internado de la planta de psicología.... Llegué al ascensor.  Sentí una cálida sensación de alivio en mi cuerpo.  Empecé a pensar que podría lograrlo, que era más fácil de lo que me había imaginado. 
Mi nuevo reto era cruzar el pasillo de aquella planta. La habitación era la última a la derecha.  El olor de aquel viejo hospital se metía en los sentidos,  mezcla de medicamento, enfermedad y tristeza.  Había mucho movimiento de personas cruzando de un lado a otro. Uniformes de enfermera, de médico, de enfermos...  Con sólo mirar el color de la ropa podia saber cómo  de bien les trataba la vida. Pero de entre toda la gente, mi atención se vio atraída por una mujer sentada en una silla a un lado del pasillo.  Vestía de negro, tenía el pelo largo recogido con una coleta que dejaba más pelo suelto que recogido.  Con la mirada perdida hacia el suelo,  no movía ni un músculo.  Todo el mundo emana una energía hacia fuera, más o menos intensa dependiendo del momento. Pero aquella mujer me impresionó porque era como si su energía se proyectase hacía dentro, hacia sí  misma, como si quisiera desaparecer...  Pasé a su lado y de pronto, de la nada, pude ver aparecer un hombre que se sentó a su lado mirándola fijamente.  No emanaba ningún tipo de energía, pero su rostro dibujaba una sensación de alivio enorme, como si un sufrimiento demasiado largo lo hubiese estado devorando por dentro.  Intentó cogerle la mano a la mujer, pero las atravesó  como si de humo se tratase. En ese momento entendí que ella no podía verlo. La mujer se puso recta, me miró  fijamente con lágrimas en los ojos, como sabiendo que algo malo pasaba; pude adivinar que sus ojos me suplicaban una respuesta, intuía que yo sabía algo... Negué con la cabeza conteniendo unas lágrimas contagiadas por su dolor  y seguí andando. Ella entendió que todo había acabado, que ya nada volvería a ser como antes.  Su llanto acompañó  mis pasos como una triste banda sonora.  
Que sensación más amarga.  No dejaba de pensar en como la vida puede entregarte tanto dolor en un solo momento. Tal cantidad es imposible de asimilar en tan poco tiempo. Todo es tan efímero. 
Ya podía ver la última puerta a la derecha y mis pasos aceleraron. Justo antes de llegar, me fijé en la penúltima habitación a la derecha cuya puerta estaba abierta. Un hombre con uniforme blanco le explicaba a una pareja que se agarraban de la mano  algo sobre una máquina y las bondades que tenía sobre el cuerpo de un hombre de avanzada edad tumbado en una cama con los ojos cerrados.  Pude ver como el hombre se levantaba de la cama, pero su cuerpo permanecía tumbado, se acercaba a aquella pareja destrozada,  sin fuerzas para seguir llorando y les gritaba con todas sus fuerzas "¡dejadme morir con dignidad!".  Nadie podía  escucharle.  Aquel hombre desprendía odio, coraje, rencor... Salí corriendo. 
Entré de forma atropellada en la última habitación a la derecha.  Cerré la puerta tras de mi y apoyé mi frente en ella.  Tardé unos segundos en darme cuenta que estaba temblando.  
  -  Tranquilo mi niño ¿estás bien? -  era la voz de mi abuela. Mi querida abuela. Me había criado con ella y era todo un referente  en mi vida. Sólo con su presencia me hizo sentir seguro. 
  - Sí  abuela, me he asustado viniendo hacia aquí, pero ya estoy bien.  
  - Así me gusta mi niño. Debes ser fuerte y valiente. Nunca voy a dejar que te pase nada malo. 
  -  ¿Me quieres abuela? 
  -  ¿cómo  me preguntas eso?  Más que a nadie en este mundo cariño.  
  -  Me alegra tanto que estés bien,  venía corriendo porque me habían dicho que estabas muy grave.  
  -  y lo estoy... 
Mi abuela se echó hacia un lado y pude ver su cuerpo tumbado en la cama con los ojos cerrados... 

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