lunes, 17 de febrero de 2020

Martín y el viejo gruñón

Érase una vez un niño llamado Martín.  Vivía en un diminuto piso con sus padres en un pequeño pueblo.  Aunque era el único niño de su edad, le gustaba salir a jugar con su pelota al patio, o a ser Indiana Jones y buscar tesoros ocultos...era un niño feliz.
Pero en su mismo bloque, en el bajo B, vivía un viejo grandón y gruñón que siempre estaba regañando a todo el mundo.  "no enciendas la luz de la escalera que la pagamos todos" "no votes la pelota" "no pongas la música tan alta"...  Al bueno de Martín le intimidaba aquel hombre tan grande, pero en el fondo sentía lástima porque nunca podría ser feliz si no se divertía.  Así que muchas tardes, Martín se sentaba en el mismo banco donde el viejo gruñón se paraba a descansar de su paseo vespertino e intentaba charlar con él.  Le preguntaba por su nombre, si tenía hijos o nietos, si le gustaba las mascotas...  Martín sabía que estaba de buen humor si conseguía sacarle un gruñido como contestación. Si estaba de mal humor, el viejo le despedía con frases como "dejame en paz niño del demonio" o "ya estamos con las preguntitas, olvida que existo mosca cojonera".  Martín se marchaba sin rechistar, pero por su cabeza no pasaba la idea de rendirse.
Una tarde se acercó  Martín dando saltos de alegría al banco donde estaba el viejo gruñón.  Había encontrado un tesoro y quería contárselo.  "mira, me he encontrado a un duende en el bosque y me ha regalado esta semilla mágica. Dice que la plante y la cuide y viviré muchos años felices" el viejo se levantó malhumorado farfullando palabras como "patrañas"  o "bobadas".  Mientras se alejaba, Martín le preguntó  "¿Puedo plantar esta semilla en alguno de los maceteros que tiene usted en la entrada?".  Después de unos segundos de silencio el viejo contestó "haz lo que quieras"  y prosiguió su camino.
Pocos días después, una preciosa planta, frondosa y con un aroma muy agradable había crecido en una esquina de la entrada del edificio.  El viejo gruñón la miraba asombrado sin saber que planta era y como era capaz de crecer tan rápido.  Esas flores con ese color tan peculiar...  Era una preciosidad.
El viejo gruñón veía la planta desde su ventana y no paraba de observarla. Había buscado información y no la había encontrado  por ningún tipo.  Un día, se percató que la planta estaba especialmente frondosa, con muchas flores y con un olor muy intenso.  Poco después vio al pequeño Martín celebrar su cumpleaños y jugar con sus regalos. Semanas más tardes vio la planta un poco mustia y con muy poco aroma. Salió a ver si se estaba muriendo y se cruzó con Martín y sus padres que venían del médico porque Martín había tenido gripe.  El viejo gruñón estaba desconcertado con aquella planta.
Pasaba el tiempo y la peor noticia posible explotó en aquel pequeño pueblo.  Martín tenía una enfermedad de las llamadas raras  y estaba muy grave.  Ya no se le veía por la calle jugar, ni reír, ni hablar con la gente. Sólo salía a la calle para ir a médicos en busca de un remedio.  El viejo gruñón seguía con su rutina y seguía  sentándose en el banco para descansar. Miraba el hueco  vacío  que Martín ocupaba con sus insufribles preguntas y se dio cuenta que lo echaba de menos. Volviendo a casa, el viejo gruñón pudo ver como una ambulancia se llevaba a Martín a toda velocidad. Cuando se dirigia a la puerta de su casa,  se dio cuenta de que la planta estaba casi muerta, sin hojas y sin apenas flores...  Nervioso y sin saber muy bien lo que hacía, rebusco en su trastero y sacó varios botes de pintura de muchos colores, y en el rincón donde la planta descansaba, pintó hojas verdes y flores de todos los colores...  Después rezó  por la vida del pequeño Martín.
Pocas semanas después Martín volvía a casa con su sonrisa de siempre. Todo el pueblo lo esperaba como si de un famoso se tratase. Martín no paraba de sonreír y dar besos a todo el mundo.  El viejo gruñón miraba desde la ventana de su casa como la planta había recuperado su esplendor y aroma. También vio a Martín pasar y leyó  en sus labios la palabra "gracias".  Martín había conseguido lo que nadie en muchos años, ver al viejo gruñón sonreír.

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