martes, 11 de febrero de 2020

Para ti que me estas viendo

Son tantas las preguntas que se agolpan en mi cabeza. Son tantas las imágenes que invaden cada uno de mis sentidos. Son tantas las lágrimas que he derramado que parece que el mundo ha girado demasiado deprisa y yo no me he enterado.
Imagino  los minutos anteriores a tu accidente; imagino que irías pensando en volver a casa, comer algo caliente y descansar, como siempre hacías. Pienso que ni te podías imaginar lo que te iba a ocurrir mientras escuchabas la radio y disfrutabas del coche que tanto trabajo te estaba costando pagar y al que tanto cuidabas. 
¿Pero qué fue lo que te paso? Es uno de los secretos que te has llevado contigo. Conjeturas, hipótesis, creencias... todo me da igual, no sé lo que realmente te pasó; me quedé esperando mucho rato a tu lado esperando que me lo dijeses, pero tu boca nunca se volvió a abrir.
Imágenes perversas que se acoplan en mi mente y me  muestran tu cuerpo justo después del accidente. Quiero pensar que no sentiste nada, quiero pensar que todo fue rápido y que la conciencia te abandonó en ese momento. Te imagino tumbado en el volante del coche: "qué pasó con esa canción que estaba tarareando, ya no suena; dónde estoy, ya no veo el sol detrás de aquellos olivos, jugando a esconderse.  Ahora solo veo oscuridad; qué le pasa a mi cuerpo, me muevo lentamente, parece que peso toneladas que me impiden moverme como yo lo hago; ¿y mi coche? Recuerdo que estaba sentado en él, conduciendo. Tengo que volver a casa, mi familia me espera; empiezo a tener miedo y solo quiero volver y estar con ellos; no les diría nada, pero quiero abrazarlos y decirles que los quiero. Dónde estoy, ¿dónde están todos?"
Sentí tanto miedo en aquella hora que duró el viaje. Mi madre sabía más de lo que decía, yo prefería ser optimista y pensar que solo te habrías roto algún hueso y que pronto te volvería a regañar por el humo del tabaco que me daba en la cara mientras comía. Me obligaba a ser optimista, no quería pensar que tu cuerpo se iba a rendir; sin saberlo, habías empezado la lucha más importante de tu VIDA y,  enfrente,  tenías a la muerte.
Llegamos al hospital. Tantas horas de tensión disimuladas se plasmaron en dos tímidas lágrimas que degeneraron en sorpresa de los que allí me estaban mirando. Unas palabras serias detrás de una mirada impenetrable nos recalcó el estado muy muy muy muy grave del señor López Arévalo. Enseguida esas palabras volaron de mi cabeza; sabía que estabas bien y que pronto te regañaría por el susto que nos acababas de dar. Solo quería sacarte de allí y que nos fuésemos a casa, a pelearnos por el sillón y ver la tele un rato; solo pensaba en que nada cambiase y poder decirte de nuevo "buenas noches PAPÁ".
Entramos a verte, no sé  si te diste cuenta. Mamá y yo nos abrimos paso entre las lágrimas que nos cegaban. Te veía respirar, eso me tranquilizaba, parecía que estabas en un profundo sueño y que solo tenías que despertar... solo despertar. Me contestaron que lo más seguro es que no me escuchases, aún así te dije que te quiero; era la mejor forma de atarte a la vida y que te quedases conmigo.  Parece que no fue suficiente. Miles de máquinas te abrazaban; apenas tenía un hueco para poder besarte. Me dio igual mancharme de sangre, tu sangre. Enseguida la máquina pitó, quise creer que habías notado mi beso lleno de esperanza, de amor y de fuerza.  Te juro que quise creerlo.
La noche pasó, la horas iban goteando por mi rostro; no podía dormir pensando que allí arriba estabas tumbado en una cama. La imagen de verte allí me había impactado; te sentía cerca, llamándome, necesitándome; no podía quedarme dormido con mi interior removido.
Salió el sol como cada mañana y una nueva esperanza empezó a surgir en mí. La ausencia noticias era la mejor noticia. Empezaba a pensar en los días, incluso meses que nos quedaban por estar allí. En los turnos que íbamos a hacer para estar a tu lado. Algunos recuerdo se venían a mi cabeza. No sé  por qué pero empecé a verte jugar al fútbol a mi lado, diciéndome lo que tenía y no tenía que hacer; recuerdo la admiración y el orgullo de saber que ese que tanto coraje tenía era mi padre, me encantaría poder llegar a lo que él había llegado y enseñar a mi hijo igual que él me enseñó a mi. Recordando todo aquello una sonrisa se dibujó en mi cara.
Volví para Jaén. No había dormido nada, pero tampoco lo necesitaba. Me duché y preparé todo lo necesario para pasar una larga temporada a tu lado. El teléfono sonó: "Jose, date prisa, papá está muy mal, nos han dicho que está en muerte cerebral". En ese momento el mundo se paró, nada ni nadie tenía sentido en ese momento. no, no, no, no, no, no...  la palabra que más veces se repitió en mi. "Le van  a hacer unas pruebas para ver si reacciona". Me aferré a esas palabras como un clavo ardiendo. Todavía queda una mínima esperanza. Me regañaba a mi mismo por estar llorando; aún queda una esperanza, ¿Es que no lo había oído?
De vuelta quería que el viaje no terminase. Tenía miedo de llegar, de enfrentarme, de afrontar.  Tenía miedo de que todo se hiciese verdad. Subí las escaleras y allí me estaba esperando la frase. "Papá ya ha muerto"  ¿Cómo asimilar eso? ¿Qué hacer? El día de antes estabas tan bien, con tus preocupaciones y tus alegrías; con tus ilusiones y tu futuro soñado tan cerca. Enseguida busqué una confirmación que encontré en las lágrimas de mi madre. Miles de abrazos vacíos, miles de palabras sin sentido. Lo único que quería era estar allí contigo, que tú me abrazases y que tú me consolases. Patadas, gritos, llantos que no me devolvían lo que acababa de perder. "venga, ánimo"  ¿Qué sentido tiene eso?
Una y otra vez las lágrimas brotaban y brotaban. Qué dolor tan profundo, que hondo puede llegar a estar el corazón. ¿Volver a verte? Por supuesto; me dieron esa oportunidad como la última antes de volverte donante.
Nunca había sentido tanto miedo, nunca diez minutos se me hicieron tan interminables. "¿Seguro que lo quieren ver?"  por supuesto, me daba igual todo, quería verte, saber que era cierto que no estabas vivo, que era cierto que no te volvería a ver. Mensajes que todos te querían decir de mi boca. Entré y no parecías tu; pero sabía que estabas allí; Silvia dice que te quiere mucho y que lo siente; Mamá y Marina también te quieren; yo te quiero un montón papá.  Esa frase:  "Papá, yo te quiero..." puse toda mi fe en esa frase para que te despertases, para que los médicos reconociesen que se habían equivocado, para que me abrazases de una vez por todas. Aún parecía que estabas dormido, "¡despierta!"  te quise gritar. Despierta y vámonos; parecía que dormías muy profundamente; la máquina seguía respirando por ti, tu pecho se levantaba y bajaba rítmicamente.  No me podía creer que en tu cerebro no hubiese vida, que ya no me reconocieses, que no sintieses mis caricias y que mis besos se quedasen en el olvido. No podía creer que aquellas máquinas te estaban dando la vida y que ellas te la iban a quitar, te iban a arrancar de mi lado y como último favor me iban a dejar despedirme de ti. Al menos te pude decir adiós aunque no me escuchases.
Salí de allí y mi alma se estaba separando de mi cuerpo. Todos me abrazaron, pero solo sujetaban mi cuerpo. Mis manos se descontrolaron y mis labios se durmieron. Había sentido tu roce por última vez ¡¿Cómo coño se asimila eso?! 
Sacando fuerzas desde lo más profundo de mis entrañas organicé todo. Hice y deshice lo mejor que pude en memoria del ser que tanto he querido. Nunca olvidaré la sensación de enterrarte al elegir el ataúd. Sentía que sino escogía ataúd nunca te enterraría, pero me vi obligado a hacerlo; escogí lo mejor que se puede escoger cuando lo que más deseas es morir. Aquel día murió la parte inocente de mi; aún no sé  como será mi nuevo corazón. El que me acaban de imponer.
Quise ver lo último que viste. Lloré, por supuesto que lloré. Vi aquel coche destrozado, tu sangre; te imaginé sentado allí, aún olía a ti los asientos. Recogiendo lo más insignificante como el mayor de los tesoros solo porque había pertenecido a ti. La bolsa se llenó enseguida. Me imaginé de nuevo tus últimos minutos pasando por la carretera que te apartó de mi lado. Allí, entre miles de ramas, estaban las huellas que dejaste. La desesperación de no saber, de querer y no poder...  más que nunca maldije a tu dios. Recogí tu letra en un papel que no decía nada nuevo, pero era tuyo.
La imagen del ataúd detrás del cristal me impresionó. Te necesitaba a mi lado, aunque fuese ver tu silueta sin que te acercases a mi, eso me reconfortaría. Miles de lágrimas ajenas, miles de abrazos y de sentimientos para despedirte. Cuánta gente te quería. 
Te pudimos ver, esta vez sí, la última. Te acaricié lo que se podía ver de ti. Te besé, estabas frío, quizás en ese momento me di cuenta de que habías muerto. Te volví a acariciar y te guardé las imágenes del abuelo en las que tanta fe habías puesto. ¿Por qué no lo protegiste esta vez? ¿Tan mal se había portado? ¿Qué demonios había hecho tan imperdonable para que nos lo quitases de una manera tan cruel? Besé  esas imágenes y las metí en el pecho. Caricias que mis dedos guardarán. Pedí perdón y me metí en el servicio, aporreé la puerta con toda la fuerza que pude; me destrocé el pie intentando aceptar que mi padre había muerto y yo no había podido hacer nada para evitarlo. 
El resto supongo que ya sabes como transcurrió.
Hoy hace una semana que te enterramos y aún espero que tus llaves abran la puerta de casa. Aún espero que cruces el umbral y te pueda dar el beso que casi siempre te daba. Aún espero poder ponerte la mesa y que comas hasta que no puedas más y dormirte. Aún espero que vuelvas conmigo y que no me dejes tan solo como me has dejado. Ahora sé que la vida no es justa, que la lucha que empezaste contra la muerte la tenías perdida de antemano. Ahora sé que te quiero mucho más de lo que había imaginado, ahora que no te lo puedo decir. 
No entiendo tu ausencia; quiero pensar que estas en un largo viaje y que vas a tardar en volver. Me martiriza el pensar que cuando te fuiste no estaba a tu lado, que estabas solo. Me martiriza que la noche de antes no te pude ver. Me martiriza el pensar que no sirve de nada luchar y luchar en esta vida, que al final la injusticia dicta las reglas del juego. 
Me cuesta aceptar que te he perdido pero lo tengo que hacer. Algún día miraré el aparcamiento y no esperaré ver allí tu coche. Algún día hablaré de ti como alguien que no está, no como alguien que está aún acostado en la cama junto a mamá. Algún día cerraré los ojos y dejaré de verte en aquella cama de hospital...  pero eso será algún día.

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