Miraba el mapa sin saber la dirección exacta. Mi meta era la felicidad y estaba decidido a encontrarla. Varios compañeros de viaje abandonaron por la comodidad de una estabilidad. Pero yo no era así.
Inicié el camino con la mochila vacía, pero poco a poco se fue llenando de cargas, problemas y preocupaciones. Pero mis espaldas son anchas y mis piernas fuertes.
Llevo años y años andando y siento que me muevo en círculos. Veo gente que lo han logrado en menos tiempo y yo no consigo avanzar.
Me he encontrado con grandes piedras que han ralentizado mi marcha, con lluvia y frío que han hecho difícil no perderme, con heridas cada vez más profundas que he tenido que aprender a curar.... Pero lo peor ha sido encontrarme con un terrible monstruo. El pánico se adueña de mi y empiezo a correr y correr huyendo de sus terribles fauces cada vez que aparece. Solo lo he visto dos veces, pero aún tiemblo cuando lo recuerdo.
Cansado y abatido me siento a descansar. No se si voy a poder continuar. Mi mochila cada vez pesa más y tengo la sensación de que ya he estado allí. Mis manos tiemblan, las fuerzas me abandonan y no se que más puedo hacer para encontrar la felicidad. Lo he dado todo, me he vaciado.
De pronto el monstruo aparece a mi espalda y mis sentidos se encienden. Me pongo de pie de un salto pero mis rodillas no aguantan mi peso y me desplomo. Se acerca saboreando el inminente bocado, pero no puedo más. Me pongo de pie lentamente y me ofrezco a él, ya no tengo miedo porque no tengo opción a salvarme. Solo espero que sea rápido.
Cierro los ojos y.... Nada. No pasa nada. El monstruo ha desaparecido y ante mi se encuentra la entrada a la felicidad. Entendí que para encontrarla debía superar todas las pruebas que la vida me iba poniendo, y el miedo era la última de ellas.
Ya soy feliz
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