domingo, 16 de febrero de 2020

Por fin liberada

Limpiaba el polvo como cada mañana, pero ese día me fijé en la foto de bodas que adornaba aquel mueble.  Que guapa iba, que feliz fui ese día.  Me había casado con el que creía era el hombre de mis sueños, aunque mis padres nunca lo aprobaron. La rebeldía de la juventud me impedía  entender por qué.  Tenía sus defectos, pero como todo el mundo.  Defendía sus malas formas a capa y espada, como un guerrero defiende su reino.  Pensaba que algún acto divino le haría cambiar y me coseria a besos y abrazos...  Una, dos, tres...  Las lágrimas empezaron a dibujar un camino por mis mejillas.  Corriendo me las borré con una goma de papel no vaya a ser que alguien entrase y me viese.
Nunca el sonido de unas llaves me habían dado tanto miedo.  Mis músculos se tensaban y mi diafragma dejaba de funcionar. Un monstruo con mirada de fuego entraba en casa como un toro corre en San Fermin.  Mi hijo ¿dónde está mi hijo?  Rezaba porque no estuviese haciendo el más mínimo ruido, que no estuviese usando su imaginación infantil, que no le diese un motivo que sólo su padre veía para castigarlo físicamente.  He dejado de contar las veces que he suplicado que no le pegase a mi pequeño, "no cariño, es un niño, pégame a mí..."
El alcohol volvía a nublar su escaso raciocinio.  Tambaleándose llegó hasta mi y con toda la agresividad que podía me quito la bata y desnudó mis piernas. Una ereccion salvaje se abrió paso dentro de mí teniendo que ahogar un grito de dolor.  Empecé a notar fluir un líquido que goteaba...  Otro desgarro. Cerré los ojos y recé porque acabase pronto, sentía como me violaba el alma pero ya no me quedaban lágrimas para llorar. "mira mamá, mira lo que tengo"  oí decir a mi hijo desde la puerta.  Con la sorpresa enmarcando sus grandes ojos me dijo "mamá, estás sangrando".  Y llegó la explosión: "así no hay quien pueda, me has manchado puta asquerosa. Así no voy a poder salir a la calle.  Y tú, maldito hijo de puta, siempre tienes que estar en medio dando por culo."  intenté amansar la fiera con caricias de distracción.  "tranquilo cariño, yo te limpio, no le hagas nada,  es solo un niño que no entiende".... ¡Boom!  El primer puñetazo no lo vi venir, pero noté como el ojo se me hinchaba enseguida. Sólo supe poner mis manos por delante hasta que caí al suelo, fue entonces cuando empezaron las patadas. Me obligaba a no perder el conocimiento para no dejar a mi hijo solo con él. No sé  cuánto  tiempo estuvo usando mi cuerpo como saco de boxeo, pero tuve la sensación de que el tiempo se había parado.  Salió  de mi casa tan rápido como a mi me vino el dolor.  Me abracé a mi hijo que sólo supo quedarse en la puerta mirando lo que había pasado. "estoy bien hijo mío, no ha pasado nada. Son cosas de papás".  Un charco de sangre demostraba que mentía.
Quería correr para encontrar consuelo en brazos de mi madre,  pero no quería que me viese con heridas en mi piel, aunque nunca podría esconderle las heridas de mi alma reflejadas en mis ojos.
Un día encontré una mancha de maquillaje en una de sus camisas.  Un sentimiento de pena me asoló al imaginar que a otra pobre chica pudiese tratarla como hacía conmigo.
Veía cómo  la gente escupia veneno llamándose feminista o machista. Mientras los políticos solo se preocupaban en mirar estadísticas para decir las palabras justas que le diesen más votos... Yo solo pensaba en sobrevivir un día más. Cada día dormía abrazada a la soledad.
Mi hijo empezó a estar cada vez más nervioso.  Cada vez me hacía menos caso y no quería ver por qué.  Una tarde, mientras rompía sus juguetes contra el suelo lo cogí del brazo y le regañé.  Él me pego en la cara y me dijo "cállate hija de puta"...  Sólo supe abrazarlo, darle un beso y susurrarle al oído "tú  no vas a ser como él  hijo mío".  Abrí la puerta de mi jaula, entendí que era un ángel de preciosas alas, que aunque por muchas palizas que me pegase yo era más fuerte que él  y que merecía ser feliz.  Ese día volví a nacer.

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