lunes, 17 de febrero de 2020

Género

Cada mañana sentía miedo de entrar en clase. Un avismo de soledad me tragaba a cada paso y coleccionaba miradas de odio y desprecio. Sentía asco cada  vez que me miraba en el espejo ¿Por qué  tengo que ser así? ¿Por qué  no puedo ser como todo el mundo? ¿Como un ser tan poderoso pudo equivocarse de envoltorio a la hora de depositar mi alma? Imposible sentirse agusto en ningún rincón del mundo si no te sientes agusto dentro de ti.
En mi casa sentía apoyos contados y el de mi padre no estaba entre ellos.  Sus sueños de tener un hijo deportista murieron desde que era bien chico y ahora mi presencia le genera vergüenza, pero no más de la que yo siento cada vez que mi cuerpo desnudo se enfrenta a la tiranía del espejo.  
Enamorado del chico travieso del colegio lo miraba desde el rincón más lejano y suspiraba por él.  Ni en mis mejores sueños imaginaba que se acercara, me cogiera de la cara y me besase en los labios como hizo aquella mañana en la que nos cruzamos en clase solos.  Atardeceres en la playa montados en unicornio empezaron a poblar mi imaginación y por primera vez la vida me regaló una sorpresa maravillosa. Pero toda moneda tiene dos caras.  Al final de esa misma mañana, se arrepintió de aquel beso robado y me arrojó mierda de perro por todo el cuerpo con las risas de sus amigos como banda sonora.  Entendí que mi destino era hacer sentir vergüenza de quienes tenía al lado. 
Otra mañana más,  una erección.  Me daba asco tener aquel apéndice pegado a mi cuerpo.  Veía a mi hermana un año mayor  pasar con su pecho firme y suspiraba por poder tener aquellos atributos tan femeninos.  Cada vez que me masturbaba me sentía sucio y al acabar había segregado más lágrimas que semen. 
Se me partía el alma cuando, en vez de adornar mi piel con maquillaje, tenía que ocultarla con espuma. En varias ocasiones pensé  darle otro uso a esas cuchillas para acabar con mi sufrimiento.  
Los años pasaron y  mi carácter se había vuelto más tosco y mi piel de piedra.  Poco a poco aprendí a dejar de sentirme culpable y la mecha del orgullo había prendido en mi.  Las miradas inquisitorias ahora me motivaban y descubrí que era un privilegiado por no reprimir lo que tantos y tantos hombres sentían.  Años después me encontré con el chico travieso por la calle abrazado por su mujer y rodeado de niños. Una mirada de deseo abrigó mi cuerpo que se empezó a contonear como una serpiente, diciendo sin palabras "me pudiste tener".  
La vida ha sido dura, pero hice lo que pocos consiguen en esta vida. Aceptarme tal y como soy, enfrentarme a la desaprobación de toda una sociedad y vencer.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario