Cubiertos por la más absoluta oscuridad, dos voces tropezaron.
- Hola ¿Quién eres?
- No lo sé. Nunca he salido de esta absurda oscuridad y no sé quién soy. ¿Y tú?
- Tampoco lo sé. Mi memoria solo se mueve en gamas de negros absolutos y solo puedo divagar.
- ¿Qué te parece si nos ayudamos a descubrir quiénes somos?
-De acuerdo. Empiezo yo a tocar tu superficie... Eres suave y caliente. Trasmites paz y tranquilidad. Contigo siento confianza para poder conseguir todo lo que me proponga. Ahora te toca a ti.
- Tu piel es rugosa, algunas zonas pinchan y es muy fría. Trasmites cabreo, un dolor muy profundo y desconoces donde se encuentra el perdón. Contigo dan ganas de gritar al viento todo el odio que oprime tu pecho.
- Somos muy diferentes, pero me gusta como me haces sentir. ¿Qué te parece si nos ayudamos a encontrarnos en esta oscuridad que ciega nuestros ojos?
Ambos empezaron a caminar cogidos de la mano, cantando para alejar al miedo. Forjando una dependencia antes desconocida. Tras muchos días, una luz se abrió paso a lo lejos. Sin soltar sus manos, comenzaron a correr desesperados por volver a recuperar el más preciado de los sentidos.
Varios minutos pasaron hasta que sus ojos se acostumbraron de nuevo a la luz. Cuando por fin volvieron a ver pudieron descubrir que uno era el amor, el otro el miedo.
Por fin eran libres, pero no supieron separarse. Y desde entonces, el amor y el miedo van siempre de la mano.
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