jueves, 25 de febrero de 2021

Lágrimas de piedra

 Tomás siempre jugaba entre las estatuas del viejo cementerio abandonado. Todos hablaban de miedo al entrar allí, pero él solo veía una enorme explanada para darle patadas a un balón y unas preciosas estatuas que lo vigilaban. 

A cada una de ellas les puso nombre y le regaló una personalidad distinta. Llegaron a convertirse en sus mejores amigos, pues eran los únicos que conocían todos sus secretos. 

Los años pasaron y sus visitas a aquel lugar cada vez eran más intermitentes, hasta que llegó el día en el que eran casi inexistentes. Tomás había crecido, formado una familia y había encontrado un empleo que lo secuestraba la mayor parte de su tiempo generando un sentimiento de frustración que soñaba con difuminar en un futuro. 

Un día, escuchó la historia de una estatua del viejo cementerio que lloraba. Sus sentidos se pusieron en alerta y sin dudarlo fue a visitar el viejo cementerio. Y allí, en mitad de un mar de almas de piedra, los ojos de su estatua favorita dibujaba lágrimas saladas que morían en el suelo. Tomás se acercó y preguntó en voz baja "¿Qué te ocurre vieja amiga, por qué lloras?" Mientras la acariciaba suavemente. Tomás cerró los ojos y una voz se escuchó en su cabeza totalmente nítida. 

- Has crecido mucho pequeño Tomás, ya no eres el niño que jugaba con nosotras. 

- ¿Quién eres, la estatua?

- Si Tomás, soy yo.

- ¿Por qué lloras vieja amiga?

- Por ti Tomás. Te hemos visto desde muy chico venir aquí a jugar. Hemos disfrutado viendo cómo crecías, te convertías en todo un hombre y formabas una preciosa familia. Pero has abandonado tu felicidad y esa energía que te hacía único, está muriendo. Lo banal está venciendo a lo exclusivo. Te has convertido en efímero y pronto serás una estatua, como nosotras.

- ¿Qué debo hacer?

- Encuentra esos sueños que el pequeño Tomás nos contaba con la ilusión dibujada en sus ojos. Lucha por ellos con cada aliento. Y recuerda que sacrificar lo que tú eres para mantener a tu familia es un error. Debes ser feliz para poder alimentar a tu familia con lo mejor de ti y que disfruten de toda esa luz que siempre te ha acompañado. No te apagues Tomás, no te conviertas en una estatua como nosotras.

Tomás se marchó de aquel lugar para no volver nunca más. Peleó cada día de su vida por sus sueños consiguiendo ser feliz cada segundo. Y nunca más se volvió a ver una estatua llorar. 


















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