Rodeado y sin posibilidad de retirada, no recordaba ningún sitio mejor para dejarse morir. Con la frente hundida entre un mar de dulces algodones con sabor a piel. Una bondad infinita latía en su centro. Unas preciosas perlas dibujaban una sonrisa hechizante que volvería a robar cualquier atisbo de vulgaridad.
Saliva que se olvida de las palabras. Tuvo que inventar un nuevo idioma para poder expresar tanto sentimiento. Descubrió que su futuro le pertenecía. Encontró una respuesta con pregunta olvidada. Recurrió a la única arma que tenía, unos besos que los derretían y le daba igual que los encontrasen sin vida, pero amándose.
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