domingo, 21 de febrero de 2021

Los pilares de nuestra evolución

 Una mañana más abrió los ojos inundando de luz el profundo valle donde todos los habitantes de aquella diminuta aldea vivían tranquilos, ajenos a las prisas del mundo civilizado. 

Un día, un joven muchacho imberbe pero con mucha ambición, decidió salir hacia la enorme capital para explorar. El disgusto provocado por el miedo residió en los corazones bondadosos de sus padres que no comprendían la necesidad de vivir ese riesgo. Pero no lo pudieron retener y una mañana fría y oscura se despidieron de él sin saber cuándo volvería.

Por mucho tiempo que pasase, su madre preparaba la mesa con un plato más por si decidía aparecer. Su padre siempre pastoreaba cerca del único camino de entrada al pueblo por si lo veía regresar. Pero las hojas del calendario iban goteando y solo sentían desesperación. 

Una calurosa tarde de verano, como aparecido de la nada, un enorme coche negro entró a la aldea dejando a su lado una polvareda de asombro y curiosidad. Un hombre de semblante serio y elegantes modales pidió a los padres del joven imberbe que les acompañase. Reticentes, lo hicieron, pero se quedaron fascinados por ver cómo era un automóvil por dentro. 

El viaje fue largo, pero la experiencia se convirtió en única cuando pararon a la entrada de un enorme edificio. La amabilidad los recibía a cada paso. Los acompañaron hasta la entrada de un gigantesco despacho, y en su interior, su hijo con aspecto de hombre hablaba por teléfono.

- ¡Papá y Mamá! Por fin habéis llegado. Qué alegría volver a veros - dijo mientras los abrazaba - mirad mi despacho ¿Os gusta? Soy el alcalde de esta gran ciudad.

- Pero hijo - dijo la madre sin llegar a reconocer a su hijo en aquellos ojos - has llegado muy lejos, estamos muy orgullosos de ti. Pero ¿Por qué no hemos tenido noticias tuyas antes?

- Porque quería hacer algo importante en la vida antes de volver a veros. Quería que os sintiéseis orgulloso de mí. Y fijaros, soy el alcalde. No se puede llegar más alto en esta ciudad. 

- Pero hijo - añadió el padre - ya estábamos orgullosos de ti. Eres nuestro hijo, te vamos a querer y apoyar ya seas el hombre más poderoso o el último vagabundo. ¿Te puedes imaginar lo preocupados que estábamos? No sabíamos si te había pasado algo. Ni una simple noticia.

- Lo siento padre - dijo el joven removiéndose en su asiento. Se notaba que no estaba acostumbrado a que le llevasen la contraria - he estado muy ocupado todo este tiempo. 

- ¿No has tenido tiempo para tu familia? - replicó su madre 

- Bueno, hay muchas cosas que hacer. Os voy a cambiar de aspecto para que no parezcais unos paletos y os llevaré a comer al mejor restaurante de la ciudad.

- Hijo mío, contesto la madre mirando a los ojos de su hijo mientras le cogía las manos. No intentes cambiar lo que somos, nosotros no somos como tú. Este no es nuestro lugar y tú no tienes hueco para nosotros aquí. Nos vamos a ir a nuestra aldea, donde siempre tendrás un sitio en nuestra mesa y una cama caliente donde descansar. Mientras tanto, no olvides que somos tus padres y que te queremos con todo nuestro ser. Sé feliz hijo mío - lo besó en la mejilla y salieron por la puerta dejando atrás a su hijo con una mezcla de asombro y alivio. 

Desde aquella visita, un poso de tristeza residía en los corazones de aquellos padres. Habían visto el cuerpo de su hijo hecho hombre, pero ya no existía el muchacho que un día se fue de su casa en busca de aventuras. El padre ya no pastoreaba al lado del camino. Y su madre ya no miraba a la puerta con ilusión cada vez que se abría. 

Un buen día. Mientras dormitaban después de comer. Alguien llamó a la puerta de la casa. Al otro lado, su hijo los saludaba sin palabras, pero con lágrimas en los ojos. Un profundo abrazo lo recibió y lo trataron como si nunca se hubiese ido. Nunca le preguntaron porqué había regresado, pero él les contó que se vio envuelto en una trama de corrupción, que había dejado de ser alcalde, que había perdido a los que creía que eran sus amigos y que se había dado cuenta que no tenía a nadie en el mundo, solo a sus padres. 

Moraleja: todo cambio conlleva un sacrificio, una evolución. Pero nunca dejes de lado los pilares sagrados desde donde debes construir el resto de tu vida. Pues si alguno de esos pilares te faltan, estarás construyendo castillos en el aire que tarde o temprano se evaporan.



 

No hay comentarios:

Publicar un comentario