Maldecía el nacimiento de su naturaleza, el devenir de su insistencia. Pero tenía claro que no iba a cambiar, que no podía cambiar.
Miró con tristeza sus armas cansadas. Acunó con lamento su escudo desgastado. No podía pedir más de lo que ofrecían. No cejaría en su lucha sucumbiendo a libres perfumes que cautivarían sentidos.
Le pidió al viento que ondease su bandera, esa en la que rezaba su imborrable lema. Ella era la verdad; podrás humillarla, podrás negarla, podrás golpearla, pero no podrás vencerla. Y prosiguió con su lucha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario