sábado, 27 de junio de 2020

Muerta en vida

María nunca olvidará la tenebrosa sonrisa que aquella desagradable cara le mostraba. No entendía cómo podía sentirse tan mal con tan solo una mirada. Su mejor defensa fue ignorar sus ataques.

Miles de noes salieron de su alma hacia aquel muro que no quería escuchar. Aún se le eriza la piel cuando recuerda la primera vez que la rozó en el brazo. Nunca había sentido tanta repulsa por alguien. Cuando aquel animal con forma humana bajó la mano hacia el trasero de María, ésta solo supo contestar cruzando su mano sobre su grasienta cara y echando a correr. Escuchó alguna risa ajena, ella sintió miedo, pero sobre todo pena de no sentirse ayudada por ninguno de aquellos ojos curiosos. 

Apenas recorrió un kilómetro con el corazón queriendo correr más que ella, cuando unos brazos agresivos la arrojaron al suelo en mitad de la oscura noche. Aquel ser sin sentimientos había cambiado su mirada sucia por una mirada agresiva. Sin tiempo para reaccionar, se abalanzó sobre ella. Con una mano le sujetó las muñecas tan fuerte que María pensó que se las iba a romper. Con la otra empezó a romperle la falda y arrancarle las bragas.

Minutos que no corrían. Dolor mezclado con agonía y el sabor a querer morir. María no supo cuánto tiempo estuvo sobre ella, pero un solo segundo ya fue demasiado. Cuando todo acabó, no podía ni llorar. Con su mente fuera de esta realidad, María empezó a andar acompañada de la inercia hasta el hospital más cercano. La sangre todavía recorría sus piernas cuando entró por las puertas.

La policía pronto detuvo al agresor y años de cárcel fueron su condena. Pero nunca será mayor que la condena de María. La condena de tener que superar que le destrozasen la vida en unos pocos minutos. La condena de tener la mala fortuna de cruzarse en el camino de un animal que nunca pagará su delito por muchos años que viva. 

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