martes, 16 de junio de 2020

Soledad derrotada

Felipe era un hombre de avanzada edad con evidentes síntomas de haber trabajado muy duro toda su vida. Soltero y sin hijos, siempre tenía un semblante serio y una respuesta oscura. Pero en realidad era una persona frágil y con miedo a la soledad que cada día le saludaba al entrar en su casa. 

Día tras día, ahuyentaba sus malos pensamientos con largos paseos. Siempre por los mismos barrios. Siempre cargado con recuerdos de juventud. A veces se sorprendía sonriendo al pasar por la fuente donde su madre se cayó al ir a beber. Otras veces miraba la zona donde su padre se cayó de la bestia que usaba para trabajar en el campo y durante un rato era feliz. Pero ese sentimiento duraba poco y volvía a encerrarse en su soledad. 

Un día, Felipe recibió una llamada. Un familiar que no sabía que existía había fallecido y le había dejado una enorme herencia. La noticia se propagó tan rápido como el viento y miles de personas empezaron a saludarlo y visitarlo diariamente. Felipe, no solo no se sentía solo, sino que se sentía triste de lo interesada que es la gente. 

Felipe empezó a pensar cual era la mejor manera de gastar ese dinero, así que se fue a comprar un traje que le hiciera parecer un señor. Se compró un vehículo de alta gama para poder divertirse. Y se compró una casa enorme a las afueras para poder vivir como él creía que se merecía. 

Pero cuando pasó la euforia de lo nuevo, Felipe se dio cuenta  que su problema seguía persiguiéndolo. La soledad no lo había abandonado. Con un vacío enorme que empujaba su alma hacia sus pies, se sentó en la enorme terraza de su nueva casa y lloró como nunca lo había hecho. Entendió que la felicidad no la daba poseer cosas materiales, la felicidad viene del cariño desinteresado y la verdadera amistad. 

Así que, con la ilusión de un niño, cogió la agenda de teléfono y empezó a llamar a todos sus amigos y compañeros de clase de sus años mozos. Se dio cuenta que había mucha gente que sentía la soledad tan profunda como él a pesar de tener familia. Uno a uno les fue ofreciendo irse a vivir a su enorme casa, donde no les faltaría de nada, y así poder vivir en compañía. 

Al final de sus días, Felipe era un hombre feliz. Había conseguido ahuyentar a la soledad rodeado de amigos y poco a poco, su enorme casa se convirtió en un lugar donde se escuchaban risas y diversión en cada rincón. La fortuna de Felipe desapareció en poco tiempo, pero la felicidad le duró para siempre. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario