miércoles, 17 de junio de 2020

Noche de fiesta

Solo bastó un instante para que todo cambiase. El gusto a alcohol, drogas y diversión aún perduraba en su boca y como si estuviera en una cómoda nube, empezó a conducir. 

Un violento golpe seco lo sacó de su estado de letargo.  Sin saber qué había pasado se bajó de su coche sin apenas mantener el equilibrio y pudo ver el frontal de su coche totalmente hundido. sin entender nada, siguió caminando por inercia y encontró otro vehículo con un fuerte impacto en las puertas laterales. 

Gritos de dolor emergían del interior. Pudo contar hasta tres niños en ese coche. Solo uno de ellos lloraba, los demás mantenían los ojos cerrados. La gente empezó a agolparse y él no sabía qué hacer. Su estado de embriaguez había desaparecido de repente.

Sirenas cada vez más cercanas pusieron orden en el caos. Sólo podía entender palabras sueltas y su estado seguía siendo en shock. Vio cómo sacaban a la conductora con la cara totalmente desfigurada y llena de sangre, los brazos los tenia fuera de su sitio y podía verse los huesos de sus piernas. Siguió mirando y vio cómo sacaban al mayor de los niños, solo un hilo de carne sujetaba una pierna al resto de su cuerpo.  Los otros dos niños no aparentaban tener heridas graves, aunque luego supo que sufrían de varias fracturas y algún derrame interno. 

Él no sabía que estaba sangrando hasta que un enfermero empezó a curarle una herida de la cabeza. Pronto la policía empezó a interrogarle. "¿Qué ha pasado?" Balbuceó sin ser dueño de su lengua todavía. Solo pudo entender "exceso de velocidad" y "semáforo".

Pasaron varios meses. En el juicio volvió a ver a los niños y a la mujer que conducía. Sintió como se le partía el alma cuando supo que uno de los niños nunca volvería a andar y que la madre sufrió un golpe tan fuerte en la cabeza que no recuperó la conciencia. Los otros dos niños sufrieron fracturas tan severas que jamás podrían correr o jugar al fútbol, el sueño del más pequeño de todos. 

Una sentencia dictó una gran indemnización económica que el seguro pagaría, una prohibición para conducir de unos pocos años y unos años de cárcel que no necesitaba ingreso carcelario. Quiso pedir perdón y se acercó con sigilo a la familia destrozada. Caras descompuestas lo recibieron. El amargor de sus palabras no expresaban lo que sentía y unas palabras del padre le hirieron más que la sentencia. "Ojalá vivas eternamente con la culpa que te acompaña"... 

Una noche de diversión y fiesta mezclado con irresponsabilidad había arruinado la vida de una familia que se dirigía al colegio. La frase del padre aún retumbaba en su cabeza y cada día se convertía en un calvario de algo que no debía haber pasado pero que no podía cambiar. Una soga alrededor de su cuello acabó con su agonía. 

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