lunes, 1 de junio de 2020

Secuestrados por el deseo

Miradas provocadoras entre un mar de gente. No podía ni quería apartar la mirada de tu cuerpo que me pedía ser devorado sin piedad. Mi cuerpo empezó a ponerse tenso, pupilas dilatadas. Me acerqué lentamente a ti.

La música alta, las luces cambiando de color con cada nota y tu y yo moviéndonos al ritmo de nuestro deseo. Me acerqué a ti todo lo que pude sin tocarte. Tú no retrocediste ni un centímetro. Lentamente, mis labios fueron secuestrando la distancia entre tú y yo y, lo que empezó con un suave roce, acabó convirtiéndose en un beso salvaje desbordado de deseo.

Cogí tu mano y te dirigí al primer rincón solitario que encontré, y allí, entre miles de chaquetas y chaquetones seguimos siendo poseídos por un instinto muy primario.

Desnudé tu cuerpo, tus pechos firmes y preciosos me perturbaron. Tú me abriste cremalleras dejando al aire la parte más dura de mi cuerpo. Nuestras lenguas empezaron a explorar otros rincones más alejados de la boca.

Pronto, mi sexo empezó a jugar con la humedad que habitaba en ti y con un golpe seco de cadera te penetré. Los dos gemimos sin dejar de mirarnos a los ojos. Es verdad que el sexo se puede hacer con todo el cuerpo. El ritmo fue en aumento y tu cuerpo cada vez se ponía más tenso. Fueron varias las veces que gemiste en mi oído mientras tus uñas dibujaban el lenguaje del placer en mi espalda.

Mi explosión fue recibida por tus labios que me hicieron temblar de placer. Sin fuerzas ni aliento nos abrazamos intentando recuperarnos. La noche había cobrado sentido. Nos volvimos a mirar a los ojos ya sin el deseo por medio. No sabía tu nombre ni tu el mio, pero nos habíamos entregado como si fuésemos íntimos.

Nuestros caminos se separaron y nos convertimos en fantasías, en historias que algún día contaremos. Quizás nos volvamos a ver, quizás solo habites en mi recuerdo. Pero para mí siempre serás la única que plantó su bandera en el centro de mi deseo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario