domingo, 7 de marzo de 2021

Por encima del desprecio

 Pepe era un pequeño hombre con grandes sueños por conquistar. Siempre antepuso el esfuerzo al "no puedo" y el disparate formaba parte de su día a día. A veces tomado por loco, nadie le daba credibilidad a sus palabras y la sorna era el saludo cotidiano con el que debía lidiar. 

Inventor de lo imposible, muchos no sabían percibir la magestuosidad de su imaginación. Pepe tenía la convicción de que había nacido rodeado de asnos. 

Un día, pepe presentó su último invento. Se había vaciado en él. El culmen de su trayectoria. Digno ejemplo de belleza e ingeniería que cambiaría la vida de todo el que poseyese uno. Con el pecho inflado de un absoluto orgullo, no pudo tragar las burlas y risas de aquellos ignorantes y, con duros gestos de indignación, se fue a su casa, hizo la maleta y se fue de aquel lugar con la firme intención de no volver. 

Pepe presentó su invento en las grandes ciudades siendo un rotundo éxito y haciéndolo millonario en cuestión de días. El tiempo pasó y pasó y a pepe cada vez le iba mejor. Una de las mentes más prestigiosas y valoradas de su tiempo. 

Un día, decidió regresar a su localidad natal con el aire de grandeza que su fama la proporcionaba. Imaginó a todos los que se rieron de él arrodillados rogando un poco de perdón y luchando a machete por unas migajas de su tiempo. Pero nada más lejos de la realidad. Cuando lo reconocieron, comenzaron a hablarle de forma jocosa y con bromas humillantes que le devolvieron malos recuerdos que pensó superados. Su primera reacción fue volver a montarse en su fastuoso vehículo y no volver allí nunca más, pero al fondo, pudo ver la casa donde se había criado. La plaza del pueblo donde veía jugar a los demás niños mientras él inventaba. La vieja escuela donde construyó los pilares de su basto conocimiento. Decidió pasear ajeno a los graznidos de aquella gente sin sentido. 

Después de un día de remover recuerdos, Pepe se montó en su coche y se paró a la altura de todos los que se habían estado riendo de él durante tantos años. Los miró con compasión y les dijo "si no llega a ser por vuestros insultos, nunca habría salido de este lugar y jamás me habría desarrollado como inventor. Muchas gracias a todos" y se marchó con un profundo sentimiento de perdón en su pecho y dejando tras de sí un fuerte reguero de admiración. 



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