El atardecer agonizaba lanzando sin compasión los últimos rayos contra su silueta perfecta. Suspiros silenciados para evitar que el precioso momento se esfumase.
El viento cambió el rumbo de la cascada de su pelo. Dibujó figuras imposibles que aumentaron la belleza del precioso momento. Sus pupilas se dilataron para poder ralentizar el tiempo.
Con el alma secuestrada por su energía blanca, caminó con un solo rumbo, sus labios tiránicos. Que no le permitieron escapar, que no quisieron escapar. Un día más, renovó su amor. Un día más murió entre sus brazos, y solo por eso, mereció la pena ser vivido.
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