viernes, 8 de mayo de 2020

El viejo cocinero

"lechuga, tomate, zanahoria..."el viejo cocinero repasaba la receta en su cabeza mientras sus manos se movían rápidamente entre todos aquellos ingredientes. Era una receta que había hecho mil veces, pero hoy era un día especial y nada podía salir mal.

El viejo cocinero era una persona muy seria pero simpática. Aunque cuando cocinaba se volvía irritante y con malos modos. Tenía un jovencísimo pinche al que le gruñía órdenes. El pobre muchacho apenas cobraba unas pocas monedas cada vez que cocinaba. Pero la comida que sobraba se la podía llevar a su casa donde el hambre se había instalado.

"Enciende el horno pinche" gruñó el cocinero en aquel día tan importante. Pero la mente del chico no estaba allí. "¡Que enciendas el horno maldita sea!" Gritó mientras lo empujaba bruscamente. El joven pareció despertar de un sueño y corrió para encender el horno. Pero pronto su mente volvió a viajar. Varias fueron las órdenes que el joven no atendió a la primera y el viejo cocinero temblaba de cabreo. Hasta que su paciencia rebosó y le dio un golpe en la cara.  Este calló al suelo golpeándose la cabeza y haciéndose sangre. El viejo cocinero se sorprendió por lo que acababa de hacer, se paró un segundo y siguió cocinando sin hablar.

El viejo cocinero había terminado. Le llegaron noticias de que el plato le había encantado al rey y toda su corte, pero no se sentía orgulloso. Cogió al chico del brazo y lo sentó en unas escaleras del patio. Quiso saber qué demonios le había pasado en un día tan importante. Con marcas de sangre aún en la cara, el chico le respondió que su madre estaba muy enferma. Que hoy la iban a operar y que si le pasaba algo ni él ni sus hermanos tendrían con quién quedarse. El viejo cocinero sintió como un golpe en la boca del estómago. Aquel pobre muchacho estaba allí, haciendo todo lo posible para ayudarle mientras su madre estaba tan grave. Lo mandó para su casa con la promesa de que ya hablarían.

La operación había salido bien y el joven cuidaba de su madre y hermanos en casa. Un día, llamaron a la puerta y allí, plantado con miles de bolsas, estaba el viejo cocinero. "No puedo dejar que le cocines a tu madre, la vas a intoxicar. Hoy vais a comer un menú digno de un Rey". El viejo cocinero ayudó cada día con la comida a aquella familia y le enseñó al joven todas sus recetas.

Pocos años pasaron cuando al viejo cocinero le empezó a robar sus recetas la edad. Poco a poco las fue olvidando. Con mucho sigilo y sin que apenas se diese cuenta, el joven cocinero hacía las mejores recetas junto con el viejo cocinero añadiendo los ingredientes que él iba olvidando, intercambiándose el papel de alumno y maestro. Durante años, y hasta que ya no pudo más, hicieron cada día la misma receta como si fuese nueva. De esa forma, alimentaron el cuerpo y el alma.


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