Iba a los centros para mayores a jugar a las cartas y al dominó con gente de su edad. Pero el ambiente derrotado que se respiraba allí mataba sus ganas de vivir. La depresión no podría con él.
Antonio quería aprender a tocar la guitarra, hablar inglés, nuevas tecnologías... Le gustaba dar un paseo y charlar con la gente. Pero la gente ya no tiene tiempo para vivir y sus arrugas eran un rasgo intimidatorio más que una cicatriz de sabiduría.
Había aprendido a no esperar las visitas de sus hijos sin memoria. Ahogaba la soledad con libros que lo transportaban a otros mundos cuando él no podía salir a la calle.
Un día, el viejo corazón de Antonio se cansó de trabajar. En la cama del hospital dejó de imaginar lo que le hubiese gustado hacer y empezó a pensar en todo lo logrado y todo lo aprendido. Había sido una vida bien aprovechada y se sentía orgulloso de ella.
Aquel día falleció Antonio, un anciano que murió joven.
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