jueves, 5 de marzo de 2020

Una historia real

Habían pasado unos días desde el último bombardeo.  La ciudad estaba en ruinas.  Caras de pánico, hambre y mucha necesidad eran la sinfonía que acompañaba el día a día de mi pequeña ciudad.

Aquella mañana desperté con fuertes contracciones. Aún me quedaban dos meses para cumplir pero el parto era inminente. Llevaba varias semanas sin sentir sus pataditas y la angustia me consumía.  Por fin iba a saber si estaba bien.

Como pude llegué a las puertas del hospital medio derruido, consecuencias de la guerra.  A cada paso echaba de menos la mano firme de mi marido, muerto en combate, o de mi madre, en su casa del lejano pueblo.  Mis gritos de dolor eran apagados por otros gritos de gente herida tumbada en los pasillos del hospital.  Brazos y piernas amputados, heridas infectadas y sobre todo mucha sangre me recibieron en la entrada. Me fui por donde vine. 

Sin saber donde ir me senté en una piedra y empecé a gritar en soledad. Las contracciones cada vez eran más frecuentes y sin darme cuenta, empecé a empujar.  Sentí su cabeza fuera de mi cuerpo y la agarré con las manos temblorosas. Tiré  suavemente y su cuerpo se escurrió hasta mis brazos sin esfuerzo ninguno.

Su cuerpo azul no se movía, ni un llanto, ni el más mínimo rastro de vida. Le abrí la boca, soplé aire en sus pulmones,  pero nada. Empecé a llorar pero no me di por vencida, no se iba a ir tan fácilmente.  Lo coloqué en todas las posturas posibles, le di golpecitos en la espalda, culo y pecho en un intento desesperado por conseguir que abriese sus ojos.... Pero nada funcionó.  Había nacido muerto.

Lo abracé muy fuerte y lo bauticé con mis lágrimas para que pudiese entrar en el cielo.  José iba a ser su nombre.

Envuelto en mi rebeca cogí unos tablones que había tirados en el suelo y paré un taxi.  El conductor pronto se percató de las tablas, la rebeca envolviendo su cuerpo y la sangre en mis piernas. Me prohibió volver a montarme en su taxi.

Movida por un dolor infinito, cavé una tumba y fabriqué un ataúd con los tablones. Nunca le dije a nadie donde enterré el cuerpo del ser que más he querido nunca. Ese ha sido nuestro secreto.  Cada año visito la tumba secreta y rezo por su alma. El alma del hijo que la guerra me arrebató

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