lunes, 9 de marzo de 2020

Una historia real 2

La guerra había terminado y ahora tocaba sobrevivir con lo que nos había quedado.  Suerte tenía el que lograba comer cada día.  El ingenio se agudiza cuando el hambre llama a tu puerta.

Empecé a vender mi cuerpo para conseguir comida y nunca me arrepentí.  Incluso llegué a disfrutar en algunas ocasiones. Sentía el menosprecio cada día, pero no me faltaba un trozo de pan que llevarme a la boca.

Conocí un hombre que requería mis servicios casi todas las semanas. Atento, aseado y cuidadoso pronto llamó mi atención.  Él pagaba con dinero mis servicios, pronto le pagué con mi corazón.  Empezamos a vernos a diario.

Un día, le presenté a mi hermana menor que había venido del lejano pueblo. Una chica encantadora con piel de porcelana que había encontrado trabajo en el hospital.  No tardaron en hacerse pareja.  Maldita presión social.

Dos nuevos hijos bendijeron el amor que se tenían.  Supliqué que el nombre de uno de ellos fuese José, como el hijo que perdí.  Pero mis ruegos flotaron en el viento hasta que se perdieron.  Dejé de vender mi cuerpo cada noche para cuidar de esas criaturas.  La mirada inocente y sincera de aquellos angelitos sirvieron de pegamento para mi corazón roto.  Pronto los besos de amor dejaron de sonarme a traición.

Pasaron los años y la felicidad se instaló en mi corazón.  Aquellos ángeles llenaban mis sentidos y solo me quedaba pedirle una cosa más a la vida. Conseguí la firme promesa de que si alguno de aquellos pequeños tenía descendencia, les pondría de nombre José... Pasaron algunos años, pero al final conseguí que un bebé llamado José durmiese entre mis brazos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario