martes, 21 de julio de 2020

Pasión

Cada mañana el despertador iniciaba mi tediosa rutina diaria totalmente ausente de momentos dignos de enmarcar. Un frío beso de despedida por parte de mi marido, que era todo el contacto que íbamos a tener en todo la semana, y un sinfín de trastos de niños que le ganaban la batalla al orden de mi casa, era mi forma de iniciar el día.

Habiendo pasado los cuarenta, me gustaba sentirme guapa y agusto con mi cuerpo. Así que cada mañana me iba al gimnasio, aunque cada año que pasaba notaba que atraía menos miradas que eran ocupadas por chicas más jóvenes de incalculable belleza. 

Una mañana cualquiera, estaba sudando encima de una elíptica cuando del vestuario de chicos salió un joven. Su cuerpo perfecto, su sonrisa eterna y su energía alegre hipnotizaron mi raciocinio y sin poder evitarlo, lo seguí con la mirada mientras notaba cómo la humedad se apoderaba de mi cuerpo. Pronto se dio cuenta de mi descaro y el rubor conquistó mis mejillas. Sin un agujero profundo en el que esconderme solo supe desterrar mis ojos. 

Sin saber qué demonios me pasaba, a cada momento lo buscaba con la mirada. Su cuerpo encima de un banco de gimnasio me trasportaba al deseo más desconocido para mi. Y de nuevo se encontraba con mi mirada. Pronto terminé el ejercicio y me fui al vestuario intentando controlar el temblor de piernas que no solo el ejercicio me había producido. 

Me quité la ropa intentando centrarme en todas las tareas ineludibles. Entré en la ducha y me enjaboné el pecho. Mis pezones estaban tan sensibles que una descarga de placer recorrió mi cuerpo y se alojó en mi sexo. Bajé mi mano y empecé a acariciar mi clítoris con la imagen de aquel joven haciendo ejercicio en mi mente. El primer orgasmo llegó sin avisar y me tuve que agarrar de la ducha. En ese momento, abrí los ojos y allí estaba él, sentado en un banco del vestuario mirando como me masturbaba. Había olvidado cerrar la puerta de la ducha.

Con un rápido movimiento reflejo tapé mi cuerpo con las manos y desee desaparecer. Sin decir nada, él se puso de pie y se quitó la camiseta. Su tremendo torso golpeó mis sentidos. Prosiguió bajándose los pantalones, mostrando unas piernas musculosas y, por último, se bajó los bóxer dejando al aire la dotación más grande que jamás había visto. Se acercó a mí con una mirada desafiante y entró en mi ducha cerrando la puerta tras de sí.

Me apartó las manos de forma brusca apoyándolas sobre la pared y dejando mi cuerpo desnudo. Estaba totalmente escandalizada y quise gritar para que me ayudasen... Pero sin embargo lo besé con una desesperación que nunca había conocido. Se acercó a mí con su pene totalmente erecto y abrí las piernas deseando recibirlo. Empecé a notar su grosor cuando la introdujo lentamente, tuve que ahogar mis gemidos en su cuello. Pero pronto empezó a embestir como si fuese un animal. Me agarré a su cuerpo y su dureza me excitó aún más. Cada vez más rápido, cada vez más fuerte y yo sentía que mi cuerpo no estaba preparado para tanto placer. Incontables orgasmos me arrebataron la vergüenza y miles de gemidos le susurraba que me encantaba. 

No sabía que podía llegar a lubricar tanto. Se separó de mi y vio cómo mis piernas chorreaban, la vergüenza hizo que me tapase la boca con las dos manos. ¿De dónde había salido eso? Él me miró  con una sonrisa picante, me dio la vuelta y me embistió mientras me cogía del pelo y me mordía en el cuello. Mi cuerpo no podía más y se venció hacia delante. El placer era tan intenso que estaba totalmente rendida a su voluntad. Cuando menos lo esperaba, sacó su miembro rápidamente y me sorprendí arrodillándome para recibir su eyaculación. Sentí su flujo caliente recorrer mi cara y mi pecho, algo que nunca había hecho, pero que me encantó. 

Terminé de ducharme y él ya se había ido. No sabía si lo volvería a ver pero me daba igual. El tedio había escapado de aquella  mañana, me sentía deseada y segura de mí misma, y aunque mi cuerpo estaba al límite de su energía, una sonrisa llena de adrenalina hizo que aquel día mereciese la pena.


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