jueves, 10 de septiembre de 2020

Curando al corazón

Los habitantes de un pequeño poblado perdido entre dos montañas, solo conocían la bondad, la empatía y la felicidad. Todos eran amables y se ayudaban unos a otros sin exigir nada a cambio. Los momentos buenos, pero sobre todo los malos, los pasaban juntos como una gran familia. 

Pero había un habitante que no era así. Odiaba la bondad con la que lo trataban. Odiaba las sonrisas que le dedicaban. Odiaba no ser como ellos. Un día le preguntó a su familia ¿Por qué no era como ellos y poder ser feliz? Su familia no tenían las herramientas suficientes para contestar esa pregunta. Así que hicieron lo único que sabían hacer. Abrazarlo y darle su apoyo incondicional. Pero él quería respuestas. 

Fue a hablar con sus amigos de la infancia, los cuales veía de tarde en tarde pues odiaba lo bien que se llevaban. Les comentó el dolor que le afligía y les pidió ayuda. Ellos le prometieron que nunca estaría solo y que cada tarde irían a visitarlo. Pero esos actos altruistas no contestaban sus preguntas. Su problema no era dejar de sentirse solo, su problema era sentir que no encajaba en ningún. 

Sin pensarlo dos veces fue a hablar con el alcalde de aquel pequeño poblado. Como siempre, fue recibido con la mejor de la sonrisas y un abrazo sincero lo acompañó. El habitante le expuso su problema al alcalde que, sin dejar de sonreír, le dijo que el pueblo entero estará junto a él y no se sentirá solo en este duro momento para él. A cada persona que le pedía ayuda lo dejaba más vacío de respuestas y el odio no dejaba de llamar a su puerta. 

Sin nada más que perder, el habitante fue a hablar con la persona más sabía del pequeño poblado. Llamó a su puerta y ninguna sonrisa o abrazo lo recibió. Fue invitado a pasar y se sentó en una mesa con una sola taza de café. El habitante esperó en todo momento que le ofreciese otra, pero esa invitación nunca llegó. Empezó a sentirse cómodo. Sin ninguna palabra previa, el sabio preguntó. 

 - ¿Qué te ocurre joven? - mientras lo miraba atentamente, casi sin pestañear. 
 - Quiero respuestas. No soy feliz como el resto de la gente, siento odio hacia todo lo que me rodea sin motivo y no encajo en ningún sitio. Quiero saber qué me pasa.
 - Lo siento, no te puedo ayudar.
 -¿Cómo? Pero ¿No es usted el más sabio del lugar?
 - Soy el más sabio porque sé más, no porque tenga poderes. No puedo responder a preguntas cuyas respuestas solo tienes tú. 
 - ¿Que yo tengo las respuestas?
 - Así es mi triste amigo. Estás buscando respuestas en corazones ajenos cuando es el tuyo el que te está gritando que necesita ayuda. Sin motivo aparente, odias lo que te rodea. Quizás sea porque te gustaría ser como todo lo tienes a tu alrededor y no puedes. El problema está en ti. Tienes una herida sin sanar que te pide atención solo entonces podrás amar sin condición y llegar a ser feliz. No es que odies a los demás, es que te odias a ti mismo por no ser como ellos.

El habitante salió de casa del sabio con la mente golpeada por la realidad. Comprendió que la solución a su problema debía dejar de buscarla en ojos ajenos, debía buscarla más allá de la superficie y sentarse a hablar con su herido corazón. No fue fácil comprender que el problema a sus males no era nadie más que él. Y tras un profundo y doloroso ejercicio de sinceridad, consiguió dejar de odiarse a sí mismo, por lo que dejó de odiar a los demás.


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