martes, 8 de septiembre de 2020

El jazmín de Pedro

Con pico pero sin pala, Pedro subió a lo más alto de la montaña. Todos le preguntaban por que quería subir hasta allí, un pico helado en una montaña sin fin, él no contestaba porque no sabía qué contestar. Solo sabía que debía subir, era su destino. 

El primer día fue muy doloroso. Las piernas le dolían, la espalda se atenazaba. Pero lo que más le dolía a Pedro era el corazón. No dejaba de mirar atrás y pensaba en todo lo que había dejado y siempre hubo una inercia a dejarlo todo y volver atrás. Pero no lo hizo y siguió adelante.

El segundo día Pedro vio salir el sol entre un colchón de nubes y sintió que el universo se conjuraba para que fuese un gran día. Y así fue. Subió con energía y buen ritmo. Zancadas largas y respiración profunda. Nada ni nadie lo podría parar en su camino hacia la cima. 

Los siguientes días fueron una lucha incesante entre cuerpo y alma. La mente arrastraba al cuerpo a seguir subiendo, a no escuchar esos dolores que tan profundo sentía. La mente también tenía momentos en los que no veía otra salida que la rendición, quería sentarse en una milenaria roca y asumir que todo había sido un fracaso. Pedro aprendió a no escuchar ni al cuerpo ni a la mente y solo se centró en el siguiente paso. Uno más, tan solo uno más. Y así pasaron los días.

El séptimo día, Pedro no podía ver nada. Una intensa niebla cubría todo y una fina lluvia empapaba sus ilusiones. Con la inercia del día a día prosiguió su camino que cada vez se hacía más complicado. Ya no podía andar erguido y debía usar sus manos como piernas. El suelo se resbalaba y sentía miedo de caer al vacío, así que se aferró con toda la adrenalina que pudo generar y siguió avanzando en busca de un refugio seguro. Y cuando pensaba que ya no podía más y que todo iba a acabar ahí, sintió un poco de calor en su rostro. Miró hacia arriba y vio que el cielo estaba despejado, las nubes habían desaparecido. Se puso en pie, miró a su alrededor y vio que estaba en la cima de la montaña. Había atravesado la tormenta que podía ver bajo sus pies y sintió una sensación de libertad indescriptible. Lo había logrado, lo había conseguido no sin esfuerzo. Sentía que había perdido mucho en su ascenso a la montaña, pero también sabía que había ganado mucho más. 

Y cuando iba a proceder al descenso, pudo ver en un extremo de la cima una planta que no debía estar allí. Se acercó impregnado por el inconfundible olor y se dio cuenta de que era un jazmín, su planta favorita, que luchaba contra el viento por seguir en pie. No tenía lógica que esa planta hubiese nacido allí, donde la vegetación no llega. Pedro entendió que lo estaba esperando, así que con mucho cuidado se la llevó. Pedro subió una montaña siguiendo su destino y bajó siendo más fuerte, más sabio y con un milagro que le recordaría para siempre que había merecido la pena.


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