jueves, 3 de septiembre de 2020

Sin miedo


 Pablo era un muchacho alegre y divertido, pero su principal característica que lo hacía diferente a todos era que no tenía miedo. Nunca lo había sentido y siempre se había preguntado cómo era tener miedo. Preguntando a todos sus amigos y familiares qué se sentía con el miedo, no podía evitar no gritar, no huir, no correr.

Nunca le tuvo miedo a la oscuridad. Mientras otros gritaban y corrían como pollos, él se divertía pensando que era un ninja que acechaba en la oscuridad y nadie podía verlo.  Cuando la luz volvía, era el único que sonreía porque se había divertido. 

Un día fue al zoo en una excursión escolar y toda su clase se detuvo a ver al temido León que dormía plácidamente. Un fuerte sonido producido por la explosión de un foco que alumbraba la jaula, provocó que éste se despertase gruñendo y tirando dentelladas al aire. Todos corriendo despavoridos, menos Pablo que se quedó mirando esos enormes dientes y preguntándose de qué estarían hechos. Lentamente se acercó al temido animal y éste lo olió sabiendo que no sentía miedo. El león se tranquilizó y volvió a tumbarse en su enorme roca mirando a Pablo con el respeto en la mirada. Impresionados por las actitud de Pablo, todos le preguntaron cómo lo había hecho. 

Otro día, salió con sus amigos para dar un paseo por el campo. Una tormenta de verano los sorprendió y rayos y truenos dibujaron un cuadro terrorífico en el oscuro cielo. Todos corrieron a refugiarse en una cueva. Pablo se quedó mirando al cielo disfrutando con el tacto de las frías gotas de agua e imaginando que se movía tan rápido como aquellos rayos que surcaban el cielo.

Pero un día, Pablo estaba paseando con sus pensamientos por la orilla del lago cuando vio a una muchacha tumbada en una toalla disfrutando del precioso paisaje. A Pablo se le aceleró el corazón y sin pensarlo, se arrodilló a la altura de sus ojos. Ambos se miraron pudiendo sentir como un sentimiento calentito y muy agradable nacía en su pecho. Sus manos se tocaron y sintieron que eran dos piezas de un mismo puzzle. No sabían sus nombres, pero sí sabían que empezaban a escribir una preciosa historia de amor que deseaban que nunca acabase. Y por fin, Pablo supo lo que era sentir miedo. Miedo a perderla.


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