viernes, 18 de septiembre de 2020

Felicidad profunda

 Eduardo era un chico alegre y consentido. Sin nada material que anhelar, siempre buscaba más. Cada día necesitaba lo más nuevo que se pudiese comprar con el dinero sabiendo que despertaría miradas cargadas de envidia y deseos ajenos. 

Pero cada noche, un sueño hueco de sentimientos le oprimía el corazón. Una sensación de vacío se apoderaba de él y no entendía por qué se había escondido la felicidad. Durante un tiempo tapaba su anhelo con todo su dinero, pero el vacío cada día era más grande, más demandante.  

Pronto no pudo más y solo sentía vacío. Cargando con todo lo material que antaño le producía tanto placer, se fue a pasear por dónde nunca había ido. Buscando algo que no sabía si existía, se sintió empujado por la necesidad de respuestas. Pasos largos con decisión pero sin rumbo. No tardó en sentirse perdido. 

En una calle sin asfaltar, sin iluminar y sin nadie a quien preguntar se encontró Eduardo. Tanta inteligencia en un bolsillo y su esperanza radicaba en poder ver iluminada una raya en una pantalla que le comunicase con el mundo. Se encontró sorprendentemente tranquilo y empezó a contemplar lo que le rodeaba. 

- Se nota que no eres de aquí - dijo una voz anciana escondida en el porche de una casa ligeramente iluminada pero con preciosas plantas adornando la entrada. Eduardo se asomó y vio a una mujer envuelta en arrugas que lo miraba a través de sus diminutos ojos. 

- No, no lo soy. Creo que me he perdido, o quizás no. La verdad es que no lo sé. 

- Que te hayas perdido dependerá de si has encontrado lo que buscabas. 

- Pues la verdad es que no he encontrado lo que buscaba porque no sé lo que estoy buscando - dijo Eduardo mientras se sentaba en una silla que la anciana le ofreció gentilmente. 

- ¿Entonces por qué has emprendido un viaje sin saber el destino?

- Porque siento un vacío muy grande en mi interior. Tengo todo lo que puedo desear, incluso más. No tengo problemas, no tengo motivos para quejarme y aún así, me siento vacío. Sentí la necesidad de salir donde nunca había estado y bueno, aquí estoy. 

- Entiendo. Si me permites que te haga unas preguntas - Eduardo asintió - ¿Cuántos amigos tienes?

- Ese no es el problema, siempre estoy rodeado de gente. Tengo a mis mayordomos y sirvientas. También tengo a mis amigos del club de campo y a los hijos de los socios de mi padre.

- ¿Y a cuántos de ellos le contarías esto que me estás contando?

- A ninguno. 

- Entonces no tienes amigos. Yo confío en todas y cada una de las personas que me rodea y ellos confían en mí. La alegría es un bien que todos comparten, la tristeza es un mal que nadie quiere, pero si realmente son tus amigos, te ayudarán con tu pesada carga.  Otra pregunta ¿Cuánto hace que no sonríes?

- Siempre que jugamos al Golf o salimos en el yate nos reímos y nos lo pasamos bien. 

- No me refiero a la risa de un día de fiesta. Me refiero la sonrisa sin motivo aparente. A la sonrisa de sentirte pleno, a la sonrisa del corazón plasmada en tu rostro. 

- No lo recuerdo. 

- Yo he sonreído tanto en mi vida que tengo la cara llena de arrugas. Y estoy orgullosa de todas y cada una de mis arrugas de la felicidad. Otra pregunta. ¿Tienes mucho patrimonio?

- Sí. Mi familia es de las más ricas del mundo y la primera del país.

- Yo no tengo de nada. Apenas sé lo que le voy a dar de comer a mis nietos. Y sin embargo aquí me tienes, siendo más feliz que tú. Sin tener nada, tengo más que tú. 

Eduardo se miró de arriba abajo y entendió que estaba adornado con miles de objetos muy valiosos con los que había intentado rellenar el vacío que le dejaba el ser superficial. 

- Me ha ayudado usted mucho - dijo Eduardo mientras le cogía la mano a la anciana con toda la ternura que podía trasmitir - quiero regalarle mi coche, aquí tiene las llaves. Pueden venderlo y no tendrá que preocuparse de qué le va a dar de comer a sus nietos durante una temporada. Espero volver a verla pronto. Al final parece que sí he encontrado lo que estaba buscando - y se despidió dándole un beso en la mejilla. 

Eduardo cambió su estilo de vida y dejó de buscar en lo material la felicidad. Encontró gente que le ofreció su amistad sincera y pronto empezó a sentirse mejor. 

Un día, sin saber por qué, Eduardo empezó a sonreír. Comprendió que era feliz.



No hay comentarios:

Publicar un comentario