Un día más, la espada se volvía a enfrentar al escudo. Una oleada de golpes sin descanso herían sus superficies pero no tenían intención de parar. No podían parar.
Nada había cambiado, cada día era siamés del pasado y del futuro. Pero un día, sin medir sus palabras, la espada le preguntó al escudo "¿Por qué peleamos?" Un silencio abrupto fue la respuesta de ambos.
- Desde que nací me inculcaron que debía atacarte con toda mi furia. Pero me doy cuenta que no tengo nada contra ti - dijo la espada.
- A mí siempre me han dicho que eres un cruel enemigo sin sentimientos que me atacará e intentará destruirme sin remordimientos. Pero me doy cuenta que quizás la verdad ha sido escondida a mi conocimiento - respondió el escudo.
Empezaron a hablar y las horas volaron envueltas en palabras y profundos sentimientos compartidos por aquellos enemigos íntimos. Descubrieron que era mucho más lo que los unía que lo que los separaban.
Moraleja: no seas esclavo de miedos ajenos disfrazados de prejuicios. No sientas odio vacío que te consume. Quizás descubras un universo enriquecedor en aquel al que disfrazas de enemigo.
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