jueves, 26 de noviembre de 2020

Ojos

 Había una vez, un hombre con un terrible hechizo. Su ojo derecho siempre veía la bondad, su izquierdo siempre veía la maldad.

Si le hacía caso a su ojo derecho, confiaba en todo el mundo y tarde o temprano, terminaban por aprovecharse de él.

Si le hacía caso a su ojo izquierdo, todo el mundo era malo y nefasto. Se convertía en un muro de desconfianza y se perdía momentos irrepetibles.

Destrozado por esta dualidad, recorrió un largo camino en busca de respuestas para acabar con el hechizo, pero nunca llegaban.

Un día de larga caminata, se vio sorprendido por una inmensa tormenta, provocando que tuviese que buscar refugio en una enorme cueva que ante sus pies apareció. Entró asustado y cabreado buscando un sitio donde sentarse a secar sus ropajes. No se percató de la presencia de un viejo desaliñado que habitaba en esa cueva.

- Hola joven amigo. Ponte cómodo en mi lujosa morada - dijo con ironía el viejo. Asustado, el joven no sabía con qué ojo mirar, si con el derecho o con el izquierdo. 

- Perdone señor, no lo había visto. 

- No te preocupes. ¿Qué te trae por estos confines? - preguntó el viejo. El joven le puso al corriente de su problema, a lo que viejo respondió con una interminable carcajada.

- ¿Se ríe de mi problema?

- No amigo mío. Me río de tu ignorancia. No tienes una maldición, tienes un gran don. Puedes ver la más profunda bondad en las personas, pero también puedes ver su lado más oscuro. No te das cuenta, nadie podrá engañarte a no ser que tú quieras. Tu error reside en que a una persona la miras siempre con un ojo en todo momento. Debes aprender a mirar a esa misma persona con el ojo que corresponda dependiendo del momento.

El joven comprendió lo que aquel anciano le explicaba. No todos actúan igual durante toda su vida, son secuestrados por sus circunstancias. Debía aprender a mirar a la persona dependiendo del momento en el viva. Por fin el joven se sintió feliz consigo mismo.  



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