domingo, 6 de diciembre de 2020

El osezno

El pequeño osezno abrió sus ojos, un sonido desconocido lo había despertado. Una nueva claridad entraba al interior de su cueva y sin poder ni querer resistirse, decidió investigar. 

Unos minutos tardaron sus ojos en acostumbrarse al intenso sol de una mañana de primavera. Acaba de despertar de su  invernación y sus diminutos ojos no estaban acostumbrados a tal claridad. 

Temerosos fueron sus primeros pasos. Era la primera vez que sentía la hierba entre sus pequeñas garras. Y el cantar alegre de unos pájaros lejanos le enamoró. Excitado por tanta maravillosa novedad, empezó a correr y a saltar. Tenía la firme intención de descubrirlo todo, y cada vez se alejaba más de su cueva. 

Se dejó caer por una ladera poco pronunciada hasta el enorme valle. Qué divertido era todo. Distraído por el inquieto vuelo de unas mariposas, no vio venir un golpe seco que dañó su cabeza. Había sido un árbol que se erguía enorme hacia el cielo. Asustado y dolorido el osezno preguntó. 

- Señor árbol ¿Por qué me ha pegado? No estoy haciendo nada malo

- ¿Te gusta todo lo que ves? - el osezno asintió con la cabeza - ¿Te estás divirtiendo? - el osezno sonrió y volvió a asentir - ¿Y eres consciente de todo el daño que has hecho?

- ¿Daño?

- Debes saber que en este ecosistema vivimos miles de criaturas. Algunas tan grandes y fuertes como tú, el oso. Y otras más diminutas como la hormiga, pero igual de importantes y valiosas que tú. En tu alegre jugar, has aplastado un hormiguero matando a cientos de hormigas. Has pisado a una musaraña, dejando a tres pequeños huérfanos. Has destrozado el hogar de unas libélulas enamoradas... Con esas enormes garras puedes hacer mucho daño. 

El osezno, avergonzado, volvió a su cueva arrastrando la tristeza.

Moraleja: la inocencia de tus actos no exime el dolor que pueden llegar a hacer. Respeta a quien le puedes hacer daño, porque siempre habrá alguien que te lo pueda hacer a ti. 


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