El viejo pescador recordó la primera vez que pisó aquella playa con su precioso tesoro, de apenas unas semanas de vida, en brazos. Los días se escurrieron por el calendario, poco a poco, apenas imperceptible el juego del tiempo. También recordó sus primeros pasos en aquella arena, sus primeras carreras y sus primeros juegos interminables.
Pero los recuerdos se volvieron oscuros y enturbiaron su agrietado rostro con lágrimas. Volvió a vivir el último día que lo vio con vida. El viejo pescador se hacía a la mar y en aquella misma arena, le prometió a su tesoro que pronto se volverían a ver justo en aquel punto.
Pero al regresar el viejo pescador, solo le esperaba la atroz soledad. Supo que día a día, su tesoro lo estuvo esperando incansable. Pero su vida se apagó tan rápido como había vivido y su cuerpo no pudo aguantar hasta que llegase. Y desde ese mismo día, el pescador vuelve al mismo punto donde su tesoro lo esperó, deseando volver a verlo, deseando poder cumplir la irrompible promesa de las que aquella arena fue testigo.
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