viernes, 24 de abril de 2020

Dulce batalla

Sinceramente, nunca supe cómo llegamos a esa situación. Cada uno en una esquina y rodeados de odio. Sabíamos que aquello no acabaría ahí, pero estábamos condenados a entendernos.

No era capaz de pensar en mis actos, de verme desde fuera y analizar mis palabras. El orgullo tapaba mi visión y solo podía ver el rencor que el escozor de aquella herida me había provocado.

Era inevitable cruzarse por el pasillo. Era impensable un gesto amable o una mirada cómplice. Era mi enemigo número uno. Sin evitar el contacto, chocamos nuestros hombros con violencia. Miradas inyectadas en sangre.

Sin saber de dónde salía aquella energía tan intensa, rodeé su cuello con mis manos y empujé hasta que su espalda tocó la pared. Mis labios se acercaron a los suyos como si de un golpe se tratara y empezamos una guerra.

Me separó de ella y su mano cruzó mi cara, me agarró de la ropa y me volvió a besar con mucha fuerza.  Nos arrancamos la ropa y  nos impusimos el uno al otro mil veces.

Usé mis dedos y mi lengua para castigar su osadía. Copió mi sistema. Con el cuerpo y el alma desnudos, puse su cara contra la pared y entré en ella, consiguiendo un coro de gemidos imposible de callar. Me gustó cuando tomó las riendas y el suelo fue mi lecho. Pocas veces habíamos explotado al mismo tiempo. Pocas veces habíamos disfrutando tanto.

Jadeando, nos miramos a los ojos. Ya no había rencor en ellos. "Espero que hayas aprendido la lección" me dijo y los dos reímos. Nos abrazamos, nos besamos y así terminó la batalla con mi peor enemigo, con el amor de mi vida.

No hay comentarios:

Publicar un comentario