sábado, 4 de abril de 2020

En las cruzadas

Sin nada que perder me alisté como voluntario para rescatar a tu corazón de la tormenta diaria en la que vivía. Cuánto dolor disimulado.

Luché, vaya si luché. Tus defensas reaccionaban sin contemplaciones y yo solo te quería acariciar. Cada día rompías mis escudos y derretías mis armaduras. Pero no me iba a rendir.

El desánimo me susurraba al oído si merecía la pena tanto sufrimiento, pero él no te miraba con mis ojos, no veía la luz que habitaba en ti.

Te acostumbraste a mi presencia y como un caracol me colé por los resquicios de tu corazón de acero. Poco a poco conseguí adentrarme en ti hasta que dejaste de verme como una amenaza.

Aún recuerdo el primer abrazo que te di. Firme como un árbol empezaste a relajar tus músculos y lloraste al sentirte débil. El dolor se fue derritiendo y, como si de un río se tratase, salió de tu cuerpo.

No quiero que me agradezcas nada porque no lo hice por ti. Solo rescaté a mi corazón que decidió vivir contigo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario