sábado, 25 de abril de 2020

Héroes en el silencio

Un nuevo día, una nueva jornada de trabajo agotadora. Respiro hondo mientras me coloco la bata, la mascarilla y los guantes. Siempre está el miedo de contagio, pero mi deber es intentar salvar vidas.

Antonia es una dulce anciana que llegó a nosotros casi desde el principio de la pandemia. Su estado era crítico, debía estar siempre conectada a un respirador  y debía sufrir mucho, pero nunca se quejó ni tuvo una palabra crítica. No había tenido hijos y era viuda, por lo que no tenía a nadie en este mundo. Imposible no tenerle cariño.

Agotadoras jornadas laborales. Sentía impotencia cuando varios pacientes necesitaban asistencia urgente pero no teníamos medios humanos ni técnicos.

Un día entró un muchacho joven en un estado muy grave. Policía Nacional, con dos hijos y apenas 40 años. Tantas horas expuesto habían hecho mella en su joven cuerpo y ahora se ahogaba delante de mí. Fue un logro estabilizarlo pero no sabía cuánto tiempo iba a durar.

Antonia me llamó con urgencia, extrañada me acerqué y me pidió un favor personal. Quería que le quitase su respirador para ponérselo al joven policía que había ingresado. Mi respuesta fue un rotundo NO. Ella me razonó que no tenía a nadie, que era mayor y si sobrevivía nadie la estaría esperando y que a nadie le iba a importar si moría o no. Pero ese policía tenía dos hijos pequeños que se criarían sin padre y no podría vivir con eso. Volví a negarme con lágrimas en los ojos. Antonia me cogió la mano, me entregó una carta que había escrito y me dijo "dásela al joven policía cuando se recupere".

Le desconectamos la máquina a Antonia y en cuestión de horas estaba muriendo. Sus últimos momentos los pasé con ella, no iba a dejar que se fuese sola. Entre la agonía pude ver una mirada de gratitud que solo pude responder con un beso en sus manos... Con el corazón partido por su muerte salí de su habitación. Desde la puerta pude ver al joven policía y como su estado iba mejorando por momentos. En unos pocos días tendría el alta. Me acordé de la carta de Antonia y la abrí. Sólo había una frase escrita "vive esta nueva vida como un regalo. Haz que merezca la pena".

Sentado en el sofá de mi casa no podía desconectar de mi trabajo. Miraba la TV y hablaban del fútbol que no se jugaba, de políticos incompetentes que solo pensaban en mejorar su imagen y de lo mal que lo estaba pasando la gente encerrados en sus hogares. Sin ser conocedores que hoy había muerto una verdadera heroína sin capa.  

Un nuevo día, una nueva jornada de trabajo  agotadora...


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