domingo, 5 de abril de 2020

Valora la inteligencia no la apariencia

Como cada mañana, los pequeños huérfanos de la ciudad acudían a la puerta de la parroquia para que el viejo párroco les lanzase unos mendrugos de pan duro.  No había para todos así había que ser rápido y hábil.

Pedrito era el huérfano más inteligente,  pero también el más pequeño de todos. Por mucho que intentaba saltar nunca cogía un mendrugo de pan y siempre tenía hambre. "¿Cómo voy a crecer si nunca como?" Se lamentaba.

Un día se cruzó con un chico con el uniforme de una prestigiosa escuela llorando con un libro en la mano. "¿Qué te pasa, por qué lloras"? Preguntó Pedrito. "No sé hacer estos deberes y mi papá me va a castigar". Pedrito miró aquella hoja llena de números y enseguida se puso a escribir como un loco. El niño, agradecido al ver los deberes hechos, le regaló el bocadillo del recreo que no se había terminado. Así empezó una bonita amistad que duró muchos días.

Hasta que el padre de aquel niño, sospechando que su hijo no era tan listo como para hacer esos deberes tan complicados solo, lo empezó a seguir y pronto descubrió la verdad. "¿Qué está pasando aquí?" Preguntó consiguiendo que los pequeños reaccionasen con un respingo del susto.

Puesto al tanto de la inteligencia de Pedrito, el padre del niño decidió llevárselo a su casa y que viviese con ellos. También le pagaría los estudios. Tal fue el potencial que le vio.

Pasaron los años. El hombre envejeció con una nueva enfermedad que nadie conocía y de la que varias personas ya habían muerto en el país. Pero en esos años, Pedrito había seguido estudiando y había conseguido convertirse en el mejor científico del momento e inventó la vacuna que curaría al hombre que le había salvado la vida siendo un niño.

Pedrito no podía sentirse más reconfortado. Aquel hombre había hecho tanto por él que se sentía pleno de poder haber podido pagarle una parte de la deuda que sentía que tenía con él.

No hay comentarios:

Publicar un comentario