Cansado de escuchar al miedo empezó a jugar con la imaginación. Dudas tenebrosas formaban imponentes muros de humo y decidió cerrar los ojos y andar.
En su mundo ideal imaginario no había dragones ni monstruos en cavernas. No había oscuridad enrarecida y la noche siempre estaba acompañada con la luna más llena sonriendo a las divertidas estrellas que siempre le hacían reír.
Cada mañana una sonrisa dulce y cálida despertaba a todas las criaturas. Una brisa suave regalaba felicidad a todos los que acariciaba y el dolor era un mito antiguo que murió hace mil años.
El silencio solo se usaba para armonizar almas, nunca como arma de incomodidad arrojadiza y siempre había alguien dispuesto a cantar mientras todos bailaban. Corazones repletos de amor sintiendo la misma canción.
Desayunaban deseo y la pasión adornaba su cuerpo. Nunca hubo un abismo insalvable y las palabras cuidaban sentimientos sin necesidad de usarlas como armas blancas.
Volvió a abrir los ojos y el mundo imaginario no desapareció. Solo estaba oculto en los ojos del amor de su vida, aquel que lo esperaba tras los imponentes muros de humo
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