lunes, 31 de agosto de 2020

Las llaves de rocío

 A Rocío le gustaba pasear por los confines de la imaginación. Alegre y coqueta siempre una sonrisa maquillaba su estilo. Distraída en su armonía un día decidió cambiar de camino. 

Mirando al cielo y jugando con las nubes, le dio una patada a unas llaves que las hojas había enterrado volviéndola invisibles. Enseguida se agachó a cogerlas y pensó en la crueldad del destino que dejó sin algo tan importante a alguien que estaría bailando con la desesperación.

Con un paso alegre y desenfadado emprendió la búsqueda del dueño de las llaves. En una enorme cueva acabó despertando al enorme dragón que descansaba tras una larga noche. Le mostró las llaves y el dragón negó que fuesen suyas. Luego la amenazó con destruirla si no se marchaba de su vista. Rocío se sintió atropellada por el mal genio del dragón y un par de lágrimas temerosas se esparcieron por el suelo. 

Pero Rocío prosiguió su camino guardando en una caja el mal que había sentido. Se tropezó con un gnomo sabelotodo que discutía con las flores cómo debían producir polen. Ella le preguntó con la dulzura envolviendo sus palabras, el gnomo la miró cómo el que roba en su casa. Le dijo tras observar las llaves unos cuantos segundos que esas no eran las suyas y que se metiese en sus asuntos. Desprecio enmarcado en una cara tan diminuta. Rocío quiso gritar, pero aún podía tragar más dolor y prosiguió su camino. 

El camino de Rocío se volvió oscuro y resbaladizo. No sabía por qué seguía buscando al dueño de las llaves, pero ya no podía parar. Empapada, mojada y desorientada por fin se pudo refugiar entre dos rocas que la abrigaron de la furia de aquella tormenta. Cuando todo había pasado, Rocío se dio cuenta de que no había avanzado. Su camino fue andar en círculos, el más cruel de los senderos. 

Llorando se la encontró un viejo búho. Con sus enormes ojos sinceros la miró y sin presentación le dijo al oído: "he visto todo. Deberías dejar de buscar al dueño de las llaves pues esas llaves son tuyas". Rocío lo miro entendiendo el lenguaje pero no el contenido.  Pronto reaccionó y se dio cuenta de que esas llaves le eran muy conocidas. Se palpó en la zona del corazón herido y encontró una oxidada cerradura. Introdujo las llaves en su pecho y giró. La coraza olvidada que envolvía su cuerpo se calló dejando al descubierto unas enormes alas blancas que los rayos del sol añoraban y que solo podía acariciar. Rocío no recordaba que podía volar. Entonces la realidad recuperó la consciencia y se dio cuenta que había estado toda su vida divagando por senderos ajenos buscando un destino, cuando su camino lo podía dibujar entre las nubes con las que podía jugar. Rocío tiró a un lado todo su dolor enmarcado en obligación y emprendió el vuelo hacia su felicidad. Lo único puro de su vida.



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