lunes, 31 de agosto de 2020

Jugando con los sueños

 Anoche soñé. Soñé con una princesa, de cabellos oscuros como la noche, sentirse oprimida y querer escapar de las cadenas que la perseguían. Encontró un Pegaso que la llevaría más allá de su torre maldita, de esos muros infitos, de las normas y las leyes que cortaban sus alas. Apunto de escapar, sacrificó a Pegaso, bebió su sangre y se convirtió en la reina más cruel y ausente de sentimientos que jamás conoció el reino. Se había cansado de no ser mala.

Anoche soñé. Soñé que el hambre secuestraba mi atención y buscaba con desesperación comida. Encontraba una cesta con brillante fruta y pelaba una naranja. No tenía gajos, solo avispas que metía en mi boca a cada bocado. Masticando sin parar notaba miles de agujas clavadas en el paladar. Pero el hambre seguía siendo más grande que mi coherencia. Y así acababa mi vida, intentando saciar un hambre que me acabó matando. 

Anoche soñé. Soñé con un perro que no quería ladrar, que no quería oler, que no quería jugar. Día tras día miraba desde el sofá una estrella ocultarse más allá de las montañas. Llorando en soledad suspiraba con su nariz pegada a la ventana y la tristeza empujaba su alma hacia el suelo. Un día, se encontró la ventana abierta y saltó al vacío. No era un acto de suicidio, solo era un ave que había nacido en el cuerpo equivocado y el momento que pasó hasta caer al suelo fue el más feliz de su vida. Mereció la pena.

Anoche soñé. Soñé  que todo era del color claro de la verdad y vomité todo lo nocivo que habitaba dentro de mí. Ensucié todo con un áspero color oscuro y sonreí, ya que prefería tener el color puro en mi interior que en el exterior. 





No hay comentarios:

Publicar un comentario