Me levanto y ahí está mi imagen en el espejo hablando de cansancio, suplicando cuidado. Pero mis ojos no dejan de recordar el sueño que cada noche regresa a mí. Te miro y suspiro. Te hablo y me vacío, pero nunca llego al momento en el que me quiero despedir de ti. Tan rápida fue tu partida. Tan injusta fue la vida que solo quiero regresar y acabar diciéndote lo que nunca pude.
Ahogado en la desesperación, otra noche más en la que el sueño me visita. No sé cuánto más puedo aguantar, sin duda es la perversión del destino. Antes de mirarte a los ojos y despedirte hacia lo eterno todo se rompe en mil pedazos y vuelvo a no poder volcar mi cariño en tu alma.
Sin meditarlo dos veces me dejo seducir por la radicalidad. Varias pastillas se alojan en mi estómago y esta vez no me voy a despertar tan fácilmente. De nuevo el mismo escenario y tu imagen inunda mis ojos, pero esta vez tu mirada es diferente.
- ¿Qué has hecho hijo mío?
- Me he tomado unas pastillas para poder dormir y así no despertar antes de tiempo.
- Tu ansiedad se ha convertido en locura. Has ingerido demasiadas pastillas y puede que tu sueño sea demasiado profundo.
- Pero yo solo quería dormir lo suficiente como para poder despedirme de ti. Para poder abrazarte y decirte que nunca te voy a olvidar.
- Hijo mío, no eras tú el que se despertaba, era yo el que se iba. No quiero escuchar tu despedida pues yo también siento miedo de no volver a verte. Así cada noche tengo una excusa para que me recibas en tus sueños. Yo también deseo tus abrazos y volverte a sentir. Pero que no me puedas ver no quiere decir que no esté a cada minuto contigo, cuidándote, queriéndote.
Nos abrazamos entre una lluvia de lágrimas y nos intercambiamos el cariño que nos debíamos. Esta vez sí pude decirte "te quiero" pero no me despedí porque así volvería a verte.
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